Sevilla es una ciudad que esconde muchos rincones llenos de secretos y magia. En sus entrañas, se encuentra el Barrio de Santa Cruz, un enclave de laberínticas callejuelas estrechas y plazas rebosantes de flores y que es todo un atractivo turístico para la ciudad. A continuación, vamos a mostrarles cinco lugares recónditos del Barrio de Santa Cruz y que no pierden ni su esencia ni su aspecto a pesar de los años.
Plazuela de Santa Marta.
Se trata de una pequeña plaza a la que se accede a través de un pequeño callejón proveniente de la plaza Virgen de los Reyes. En ella se encuentran algunos naranjos -hay quien dice que son los más altos de la ciudad- y un crucifijo en el centro tallado por Diego de Alcaraz en el siglo XVI y que procede del Hospital San Lázaro. La peculiaridad de esta cruz está en sus dos caras, ya que en una aparece tallado un crucificado y en la otra, una piedad.
Lo que más llama la atención de esta plazuela es la forma en la que pasa tan desapercibida a pesar de encontrarse a solo unos metros del monumento más visitado y concurrido de Sevilla: la Catedral. Es curioso que esto suceda con una plaza que, al fin y al cabo, es más accesible que otras que se encuentran en pleno corazón de Santa Cruz y que presentan una mayor dificultad para llegar hasta ellas.
Plaza de Doña Elvira.
A diferencia de la anterior, la Plaza de Doña Elvira es una de las más bellas y puras de Sevilla y su barrio de Santa Cruz. Cuenta en el centro con una hermosa glorieta con una fuente en el centro y bancos y llena de árboles y arbustos ornamentales que desprenden un olor muy especial cuando empieza a llegar el calor y durante las noches del estío. En sus bordes, cuenta con bares para degustar la gastronomía local y tiendas de souvenirs en las que comprar algún recuerdo. También es muy común que algún talento callejero decida desplazarse a esta ubicación para mostrar sus méritos cantando o bailando para el disfrute de los allí presentes.
A la plaza se puede acceder a través de tres calles. Es muy impactante pasear por la sobriedad y la estrechez de la calle vida, proveniente de la calle agua, y adentrarse de pronto precisamente en uno de los rincones con más vida de Sevilla. Una de las fotos más típicas de quien pasea por allí es la de fotografiar el letrero del nombre de la calle ante la vitalidad que se desprende del centro de la plaza, sus bares y el gentío.
Plazoleta de las Cruces.
Tras pasear por los Jardines de Murillo y adentrarnos en la estrecha calle Mariscal, desembocamos en la Plazoleta de las Cruces. Se trata de otro lugar prácticamente desconocido de Sevilla y que, más que una plaza, sería una plazoleta ya que se origina gracias al ensanchamiento de la calle Cruces, que la comunica con Ximénez de Enciso, en pleno corazón de Santa Cruz.
No se trata de una plazoleta que destaque por su arbolado o la espectacularidad de sus monumentos. Todo lo contrario. La plazoleta de las cruces destaca por lo que envuelve: el carácter regionalista de las fachadas que lo rodean, su suelo empedrado, las flores de las ventanas y balcones y, como no, el elegante monumento de las tres cruces en su centro.
El monumento central se compone de tres cruces colocadas encima de tres columnas que simulan el calvario de Jesucristo en el momento de su crucifixión. La cruz central, de mayor tamaño, representa la cruz en la que Cristo expiró. Las dos cruces laterales, de menor tamaño, representan la crucifixión de los dos ladrones que perdieron la vida junto a Jesús. El pedestal, se encuentra cercado por una reja de hierro con cuatro faroles en cada una de sus esquinas. La distribución de las tres cruces y los cuatro faroles, podría recordar a la de un paso de Semana Santa.
Calle Cruces.
Si salimos de la plazuela y encarrilamos la calle Cruces, veremos que en la confluencia de esta con la calle Ximénez de Enciso hay incrustadas en la pared dos cruces, las encargadas de dar nombre a dicha callejuela y que esconden un pasado bastante curioso.
Las cruces, de un color verde muy oscuro, estuvieron colocadas en este lugar desde el siglo XV hasta el año 1868, momento en el que se decidió su retirada y su llevada en procesión hasta el hospital de los Venerables. A mediados del siglo XX, tras una reformas en la fachada en la que se encontraban, se decidió colocarlas de nuevo.
Se dice que este lugar, estaba próximo a una zona de bares y tabernas en los que era muy común beber y acabar borracho. Esto provocaba que muchas de estas personas, hombres en su mayoría, buscaran un lugar recóndito, apartado y oscuro para orinar y muchos de ellos, acababan en esta esquina. El mal olor y el deterioro de la fachada, hizo que colocaran estas cruces para que los bebedores no pecaran parando para hacer sus necesidades allí.
Columnas de la Calle Mármoles.
Los orígenes de estas columnas se remontan al siglo I y II d.C., en la época del emperador Adriano, cuando Sevilla se llamaba Híspalis. Se piensa que formaron parte de algún edificio público o templo pero en el siglo VI fueron reutilizadas para la construcción de un conjunto eclesiástico. Existen indicios que dan pistas de que podría tratarse de parte de un pórtico de acceso a una zona monumental dedicada al Liber Pater. Las columnas miden nueve metros de altura y son de granito egipcio, como los del Panteón de Roma. Su basamento se encuentra a 4,50 metros de profundidad del nivel de la calle, en su ubicación original.
Se dice que este conjunto, estaba compuesto por seis columnas, de las que solo tres permanecen en el lugar original. En 1574, dos de estas columnas se llevaron a la Alameda de Hércules donde todavía permanecen a día de hoy, y se han convertido en punto de encuentro y en todo un icono de la zona. Encima de las dos columnas de la Alameda, además, se colocaron dos esculturas, la de Hércules y la de Julio Cesar, los fundadores de la ciudad. La sexta columna se rompió cuando se portaba a los Reales Alcázares, residencia del por aquel entonces rey Don Pedro I.