Bruselas, 4 feb (EFE).- Cada cierto tiempo, en un páramo olvidado, en el baúl de un anticuario o en un yacimiento excavado en los dominios de la antigua Roma, resurge el misterio sobre los dodecaedros romanos, unos extraños objetos milenarios de bronce cuya función se desconoce.
El dodecaedro romano es una figura geométrica con doce caras pentagonales perforadas con círculos no idénticos y rematadas en los vértices con pequeñas bolas que sobresalen. Datan de los siglos II y III d. C, son huecos y tienen el tamaño de una pelota de tenis, aunque los ejemplares varían en factura y dimensiones.
El primero se encontró en 1739 en Aston, Inglaterra, y desde entonces se han descubierto unos 120 en Europa, más los que pueda haber en colecciones privadas o aún enterrados.
El último ha aparecido en la localidad belga de Kortessem. Un arqueólogo aficionado llamado Patrick Schuermans, que exploraba un campo de labranza con un detector de metales, se topó con un fragmento metálico de unos 6 centímetros que ha resultado ser un dodecaedro, y se lo entregó a la Agencia del Patrimonio de Flandes.
«Se han formulado muchas hipótesis sobre la función de estos extraños objetos, pero no existe una explicación concluyente», resume esa institución sobre unas piezas que no aparecen mencionadas en los textos históricos.
BRUJERÍA Y VIDENCIA
La lista de posibles usos que se les atribuyen es amplia y variada: un arma, una herramienta para planear la siembra, un candelabro, un aparato para tejer guantes, un juguete, un amuleto, un dado, un peso para las redes de pesca, un instrumento musical, un portaestandartes, un artilugio para calcular distancias en el campo de batalla, una junta, un utensilio para calibrar tuberías…
Pero los arqueólogos belgas que han estudiado el objeto de unos 1.600 años sospechan que se empleaban en rituales mágicos relacionados con la brujería o la adivinación.
«Es bastante posible (…). Por ahora no tenemos una proposición satisfactoria para una utilización práctica, aunque hay muchas hipótesis. Un uso como un objeto mágico o algún tipo de ‘defixio’ (tablilla de maldición) sigue siendo posible», explica a EFE Guido Creemers, conservador del Museo Galorromano de Tongeren.
La falta de referencias escritas respondería a que la videncia y la brujería eran muy populares entre celtas y romanos pero «no estaban permitidas oficialmente y había severos castigos».
«Conocemos una categoría de placas de metal con inscripciones mágicas (…) que se colocaban, por ejemplo, en las casas en un lugar donde no eran visibles. Fueron fabricados por magos y su destino era maldecir al dueño de la casa. Podría ser que los dodecaedros sirvieran para un propósito comparable, por ejemplo, la adivinación», añade.
Otra pista es el hallazgo en Ginebra en 1982 durante los trabajos de restauración de la Catedral de San Pedro de un dodecaedro macizo, y no hueco, con los signos del zodíaco gravados en latín, apunta.
«Si me veo obligado a dar alguna explicación, debería buscarla en esta dirección», añade el arqueólogo.
SÓLO EN TIERRAS CELTAS
El nuevo dodecaedro belga refuerza también la teoría bastante extendida de que estaban vinculados a las culturas celtas y no a las prácticas de la península itálica, por lo que no serían galorromanos.
Han aparecido en Italia o en Hungría, pero sobre todo en Francia, Bélgica, Países Bajos, Alemania y Gran Bretaña. Es decir, en lo que fueran Galia, Germania y Britania, territorios celtas invadidos por Julio Cesar entre el 58 y el 51 a. C., y en gran parte administrados por Roma hasta el siglo V.
«Es notable que los dodecaedros no estén presentes en absoluto en el área alrededor del Mar Mediterráneo» como Hispania o el norte de África, sino en «una zona que coincide con la de la civilización celta», señala la Agencia de Patrimonio de Flandes.
La ciudad que los romanos denominaban Atuatuca Tungrorum (Tongeren en flamenco o Tongres en francés) era en donde vivían las tribus germano-célticas de los eburones, comandados por Catuvolco y Ambiorix y derrotados por las tropas romanas de Julio César.
En el siglo XIX, al calor de las corrientes romántico-nacionalistas, Ambiorix se convirtió en uno de los héroes nacionales de un incipiente Estado belga necesitado de símbolos patrios y hoy tiene consagradas plazas, estatuas y calles en todo el país.
La localización geográfica de los dodecaedros es coherente, además, con el hecho de que se elaboraron con la complicada técnica escultórica de vaciado de cera y los celtas eran grandes maestros metalúrgicos.
El nuevo fragmento se expondrá a partir de marzo en el Museo Galorromano de Tongeren, que cuenta con un ejemplar completo encontrado en 1939. Un tercero hallado en Bélgica, en 1888 en el municipio de Bassenge, se muestra en el museo Grand Curtius de Lieja.
Javier Albisu