Violeta Molina Gallardo
Madrid, 25 jun (EFE).- Giancarlo solo tenía 8 años cuando empezó a sufrir acoso en el colegio, mucho antes de ser consciente de que era un chico trans bisexual. Su vida escolar llegó a ser tan irrespirable que se planteó el suicidio: «Me hicieron sentir que no valía nada, que estaba mejor muerto».
El colegio es, tras la calle, el segundo lugar donde más acoso, agresiones o discriminaciones sufren las personas LGTBI. Los centros escolares aún deben hacer un largo camino para dejar atrás los discursos de odio y la LGTBI-fobia y convertirse en lugares seguros tanto para el alumnado como para el profesorado con orientación sexual o identidad de género no normativas.
Las consecuencias de este maltrato se arrastran hasta la adultez, como cuenta Giancarlo, poeta y monitor de tiempo libre: «Me quedaron bastantes traumas, pero aquí estoy». Y como explica Hernán, joven enfermero que padeció homofobia: «Aunque pasen los años, los miedos y las heridas me acompañan».
Odio y violencia escolar
En el marco del Orgullo, Giancarlo, Hernán y David Armenteros, coordinador de Educación de la FELGTBI+ y profesor de matemáticas, denuncian a EFE la LGTBI-fobia en las aulas.
Armenteros indica que el 25,9 por ciento del alumnado pertenece al colectivo LGTBI. Un 7 por ciento de ellos recibe insultos, frente a un 3 por ciento del alumnado heterosexual y el porcentaje sube hasta el 17 por ciento contra los menores trans.
El 22 por ciento de menores LGTBI sufre violencia escolar, frente al 10 por ciento de chicos y chicas heterosexuales.
Un 23 por ciento del alumnado LGTBI no ha salido del armario y un 21 por ciento dice que no lo hará porque «las aulas no son un ambiente seguro».
El impacto de esta realidad en su salud mental es evidente: el 57,7 por ciento sufre depresión, frente al 28,8 por ciento del alumnado heterosexual; el 54,4 por ciento, ansiedad, frente a un 30,6 por ciento; y un 27,98 por ciento ha tenido conductas suicidas, frente al 13,6 por ciento del alumnado heterosexual.
La proliferación en redes sociales de los discursos de odio contra las personas LGTBI está teniendo un impacto en las aulas, advierte el responsable de Educación de la FELGTBI+: «Escuchan mensajes que no son ciertos y al no tener filtro los reproducen. Nos estamos encontrando situaciones de odio bastante importantes».
Homofobia desde los siete años
Hernán conoce bien estas situaciones. Recuerda que era un chico sensible y cariñoso, que mostraba afecto tanto a niñas como a niños: «Se me adjudicó el insulto de 'maricón' desde los 7 años. Yo no era capaz de entender qué pasaba, en mi casa se me permitía expresar el afecto de esa forma. Fue un insulto que me acompaña hasta la actualidad», afirma.
Se metían con él cuando iba al baño, lo insultaban por la calle, se reían de él. Le han llegado a tirar piedras. «Con el paso del tiempo, pánicos y miedos me acompañan aún. Cuando veo a un grupo de gente por la calle, me asalta el miedo y doy un rodeo, no puedo entrar tranquilo a un baño, las alarmas me siguen sonando», señala.
En segundo de ESO empezó a tener un grupo de amistades y acabó la incertidumbre de «no saber qué esperar en el recreo». Sentirse querido contribuyó a que tuviera seguridad en sí mismo y a partir de cuarto se veía «capaz de responder a los insultos». Fue en segundo de bachillerato cuando salió del armario y en la universidad no tuvo ningún problema.
Este enfermero lamenta que no solo él sufrió el acoso LGTBI-fóbico, su familia también pagó las consecuencias: «Mis padres sufrieron mucho. Me decían 'no vengas solo por si te pegan una paliza'. El 'bullying' en la escuela ha repercutido en cómo enfocaron nuestra crianza», relata.
«Ven lo distinto»
Giancarlo empezó a sufrir acoso con 8 años. «Al principio no lo asimilaba a la LGTBI-fobia, ni sabía qué era eso. En Primaria me llamaban 'fea', 'rara'. Ven lo raro, lo distante a ti y lo distinto y dicen 'a por ello'. Te hacían sentir una mierda, que no valías», apunta. Ni siquiera era consciente de que era una persona trans.
En secundaria cambió de colegio y no ocultó que era bisexual. «Entonces se acabó. (…) Nunca he dudado en visibilizarme, lo cual me ha creado muchos problemas». En tercero de ESO empezó a sufrir agresiones: «Más que insultos, eran sobre todo miradas que matan, que te hicieran el vacío completamente. En esos tiempos me planteé el suicidio muy seriamente. Yo no sabía qué era ser trans, pero sí que algo no encajaba», concede.
«Me las hicieron pasar putísimas, me hicieron sentirme que no valía nada, que estaba mejor muerto. (…) Llega un momento en el 'bullying' en el que los insultos y las agresiones ya te dan igual, llega un punto en el que haces clic y te rompen. Eres un cuerpo y andas por inercia», destaca Giancarlo.
«Me saltaba clases para no estar con esas personas. Eso no se deja atrás. Yo ahora tengo ansiedad social», reconoce.
La importancia de tener referentes
La lesbofobia sufrida por una alumna fue lo que llevó a David Armenteros, profesor de matemáticas, a salir del armario. En un recreo, unos compañeros le dijeron a la chica que «no se merecía tener hijos y que, si los tenía, se merecerían una paliza cuando fueran al instituto por tener una madre lesbiana».
La menor quedó completamente destrozada y el docente decidió visibilizar su homosexualidad. «Yo tuve que trabajar con mi alumna, pero tuve que hacer un trabajo mucho más importante con sus compañeros para cambiar su mentalidad. Les dije 'aquí tenéis a vuestro profesor gay, ¿qué pasa que cuando salga por la puerta me merezco una paliza?'. Me tenían mucho respeto, se dieron cuenta de que estaban equivocados. (…) Son menores de edad, no tienen los conocimientos ni los recursos en muchas situaciones», recuerda.
Confiesa el profesor que la vida de su centro cambió desde entonces: «Me esperaban alumnos en la puerta, pero no para pegarme, sino para agradecerme que estuviera ahí, me decían que se sentían más seguros y podían contarme sus problemas. (…) No defiendo que solo los profes del colectivo carguemos con esa mochila, pido que también los aliados se visibilicen», subraya. En su mochila siempre hay una pulsera arcoíris.
Defiende Armenteros que la educación es mucho más que una asignatura.