«Pequeña flor», comedia negra a ritmo de jazz de un insólito Santiago Mitre

Alicia G. Arribas.

Madrid, 8 dic (EFE).- Todavía en cines -y en Prime Video- su «Argentina 1985», Santiago Mitre sorprende al público con la deliciosa y surrealista «Pequeña flor», una comedia negra a ritmo de jazz, plagada de asesinatos y resurrecciones, que ni siquiera el propio cineasta, experto en cine político y concienzudo, sabe por qué ha hecho.

«Yo también estoy sorprendido de haber hecho esta película», se ríe el argentino, «la verdad es que la hice por placer, leí la novela y me pareció fantástica -otra risa-, las puertas que abría, las formas narrativas que proponía, la inteligencia y la sutileza con la que estaba escrita», comenta en una entrevista con EFE en Madrid, a donde se trasladó para apoyar el estreno de la película este viernes en salas españolas.

Basada en el libro de Iosi Havilio del mismo título, la película cuenta la historia de Lucía (Vimala Pons, actriz francesa nacida en India), y José (el uruguayo Daniel Hendler), una pareja que se ama, pero están en crisis.

Él es un dibujante que se acaba de quedar sin trabajo; acaban de ser padres y ella decide reincorporarse a la vida laboral mientras él cuida de la niña y de la casa. Un día conoce a su vecino, Jean-Claude (Melvil Poupaud), un exquisito personaje francés, medio antiguo, elegante, experto en jazz y vinos caros que provoca extrañas sensaciones a José, hasta el punto de que lo mata violentamente en su primer encuentro.

Al día siguiente, un vivísimo Jean-Claud le invita de nuevo a su casa. Y, de nuevo, lo asesina.

«Iosi es amigo, nos juntamos un día porque sí y estuvimos hablando horas de la novela; en esa conversación vimos que podíamos probar, no porque tuviera una necesidad, o una voluntad de ser imprevisible, sino porque la novela me había producido un interés genuino y me dieron ganas de trabajar sobre ella», explica Mitre a EFE.

Después se sumó la productora francesa, Didar Domehri, y terminó de solventar sus dudas sobre hacerla. «Vino con los derechos y el dinero y nos puso la condición de que la película se hiciera en Francia».

Y se rodó en Clermont-Ferran, una ciudad del centro del país, en francés y español, las lenguas maternas de ambos personajes, que también son origen de conflicto. «El desarraigo, el aislamiento del personaje, los conflictos de la pareja -apunta Mitre- se podían traducir en sus diferencias idiomáticas».

Admite que le hubiera gustado que la cinta fuera del agrado de su admirado Luis Buñuel: la película, dice, tiene «algo» de «La vida criminal de Archivaldo de la Cruz» (1955) y se acerca más al surrealismo que al realismo mágico.

Nada que ver con «La cordillera» (2017), «El estudiante» (2011) o la mencionada «Argentina 1985». «Pero es que el cine político no lo tiene que hacer gente vieja, aburrida (…) hay directores jóvenes que usan métodos antiguos. Yo -bromea muy en serio el argentino- soy nuevo y joven, todavía estoy empezando».

«Tuve la posibilidad de jugar a la comedia, me gustó, pero para mí es una película de amor en todos los sentidos, es la historia de una pareja que tras una crisis aprende a reenamorarse a partir de una nueva forma del amor, pero que también es amor hacia el cine, hacia la música, hacia el jazz», explica.

Y le salió una película con una estructura como de «desorden ordenado: la improvisación que usa el jazz moderno».

En medio, un gurú invade la vida de la pareja creando en Lucía la necesidad de «abrirse» a un grupo de extraños, que José considera unos fantoches. Ese papel lo guardó Mitre para el catalán Sergi López, «un problema -asegura el cineasta-, porque era demasiado gracioso y nos tentábamos de la risa todo el día con él».

«Emana algo sexy -opina Mitre de López-, es divertidísimo, guarango, pero también emana control sobre su manera de trabajar, es elegante (…) Yo sabía que si quería que la película irradiase placer, tenían que disfrutar mucho los actores».

Rechaza «reducir» la película a «cuestiones psicológicas», como cabría pensar a través de los desternillantes psicoanálisis del gurú, porque cree que «no es su espíritu, sino que es la locura, pero evidentemente -concede- es una exageración de todo».

«La idea poética que me gusta más del guion es este elogio a la rutina que se hace al final, una especie de reconciliación con esa rutina, porque a veces la rutina tiene que implicar ‘asesinar’ cosas o explotar con cosas. Es un amor por la repetición, aceptar la repetición como elemento importante de la vida», reflexiona.