Jose Oliva
Solsona (Lleida), 14 mar (EFE).- Unas cincuenta obras de Picasso, provenientes del Museo de Picasso de Barcelona, dialogan directamente con una treintena de objetos y piezas de las colecciones de arte y etnografía del Museo de Solsona (Lleida), en una exposición que se podrá ver desde este jueves y hasta el próximo 15 de julio.
La comisaria de la exposición ‘Picasso. Territorio y artes y tradiciones populares catalanas’, la solsonense Claustre Rafart, conservadora del Museo Picasso hasta 2022, ha señalado en la presentación que este diálogo, que inaugura la sala de exposiciones temporales del Museo de Solsona, es «una semilla de la gran exposición pendiente sobre la relación de Picasso con la cultura y las tradiciones populares catalanas».
Rafart ha recordado que el joven Picasso «se empapó de esa cultura popular en Barcelona, pero, sobre todo, en sus estancias en Horta de Sant Joan, Gósol, Sitges, Figueres, Céret, Perpignan y Cadaqués, y tras un período de maduración, el pintor malagueño destila ese conocimiento a lo largo de su obra, en su obra cubista, en esos personajes que pinta con la típica barretina catalana, en los exvotos».
Una de las piezas que se pueden contemplar en Solsona es una obra en la que «se constata el mestizaje de Picasso, al convivir en el mismo papel Velázquez y El Greco con personajes con trajes populares, es decir, coinciden la denominada alta y la baja cultura».
La propuesta expositiva se vertebra a partir de cuatro ámbitos: El campo, la ciudad, lo doméstico y el ecosistema Gósol 1906.
El pastel ‘Entierro en el campo’ (1900) ilustra esa relación de Picasso con el campo, donde el pintor encuentra un ámbito plenamente rural ideal para llevar a cabo sus investigaciones artísticas sin la presión de la ciudad.
En el apartado dedicado a la ciudad, se evoca el período en que Picasso vivió de manera intermitente en Barcelona entre 1895 y 1904, cuando frecuentó la cervecería Els Quatre Gats, que, según Rafart, le abrió las puertas a la modernidad, al tiempo que le facilitó la inmersión en las artes y las tradiciones del territorio.
Ese imaginario se proyecta en algunas de las obras expuestas como ‘Parodia de exvoto’ (1901), ‘Corrida de toros’ (1957) o en ‘Sueño y mentira de Franco’ (1937), «que bebe de la tradicional ‘auca’ o aleluyas».
En la obra picassiana el ámbito doméstico está muy presente desde la adolescencia: objetos de cerámica, cobre o vidrio, la mayoría de uso culinario, y la cocina aflora en su obra en diferentes períodos creativos desde que la pintó en Málaga en verano de 1896 en un pequeño óleo también presente en el recorrido expositivo, una obra que convive a poca distancia de una cazuela de cobre de los siglos XVIII-XIX o un porrón de vidrio de los siglos XIX-XX.
La última sección está dedicada a Gósol, donde Picasso pasó ochenta días de 1906 junto con su compañera Fernande Olivier y en aquel período, recuerda la comisaria, trabajó en unas 300 obras, la mayoría dibujos y pinturas, además de dos esculturas y algún grabado.
Allí, en la montaña pirenaica, Picasso enriquece su bagaje acumulado como artista con el descubrimiento de las tradiciones y las costumbres catalanas propias del lugar y con el reencuentro con el arte románico.
Según Rafart, en ese momento «Picasso focaliza gran parte de su interés hacia lo primitivo y lo arcaico, la corporeidad de la figura femenina es su primer paso hacia formas más volumétricas y contundentes, mientras simplifica los rostros hasta convertirlos en máscaras.
A su vuelta a París, el artista retoma su vida cotidiana, pero las experiencias vividas en Gósol invaden el espacio parisino y el recuerdo de las tierras catalanas surge en algunas obras.
Entre ellas, ‘Los segadores’ (1907), algunos carnets de dibujos preparatorios de ‘Las señoritas de Avignon’ y, como muestra la exposición, en el dibujo de un ‘caganer’, que el malagueño realizó en 1970 en Mougins, en el sur de Francia al final de su vida, en diálogo directo con un ‘caganer’ de sal de la colección de Mossen Riba.