En las entrañas de la Sierra de Guadarrama, a tan solo unos kilómetros al norte de Madrid, se encuentra un tesoro natural que ha resistido el paso de los siglos, el árbol conocido como el Tejo Milenario. Para llegar hasta él, un sendero aguarda lleno de exuberantes paisajes montañosos e invita a sumergirse en la historia viva de un árbol que persiste a lo largo de los siglos.
La aventura comienza en el pintoresco pueblo de Rascafría, donde los callejones empedrados y las casas de arquitectura tradicional transportan al espectador a una época pasada. El aire fresco de la montaña acaricia los sentidos, mientras se avanza hacia la iglesia de San Andrés, punto de partida de la ruta. A partir de entonces, siete kilómetros esperan en el camino para poder acariciar con la mirada al majestuoso árbol.
Siguiendo el sendero marcado, se vislumbra el Parque Natural de Peñalara, un paraíso natural que alberga una rica diversidad de flora y fauna. Los pinos silvestres se alinean en el camino, proporcionando una sombra fresca y el suave murmullo del viento entre las hojas. A medida que se asciende por las laderas de la montaña, la vista panorámica de los picos nevados roban el aliento a cualquiera que pase, recordando lo maravillosa que es la naturaleza.
El punto culminante de la ruta es, sin duda, el encuentro con el Tejo Milenario. Este anciano de la botánica, con sus más de mil años de edad, se alza majestuoso en medio del bosque. Su tronco retorcido y su follaje perenne cuentan la historia de generaciones pasadas, donde cada línea del tronco es una página que relata la evolución de la Tierra. Las ganas de acariciarlo con las manos es latente pero las normas exigen lo contrario, sobre todo, para que el árbol perdure por mucho más tiempo. Además, su presencia imponente, crea una conexión hacia él, dado que ha sido testigo de eras, sobreviviendo a cambios climáticos, guerras y el devenir de la civilización.
A la vuelta, aparecieron rincones que antes no se podían apreciar. Revelaban la autenticidad de la naturaleza en su estado más puro. Pequeños arroyos cristalinos serpenteaban entre las piedras, refrescando el camino y atrayendo a aves curiosas que buscaban su sustento en las orillas. Los claros en el bosque, bañados por la luz tenue que filtraba entre las hojas, ofrecían momentos de silencio contemplativo. Cada paso, cada inhalación del aire puro de la montaña, se convertía en un diálogo con el entorno, recordando que, más allá de la imponente figura del Tejo Milenario, la verdadera magia yacía en la sencillez y la serenidad de la naturaleza que me rodeaba.
Tras este encuentro, la ruta continuaba descendiendo por el bosque, desvelando estructuras, cascadas y lugares que invitan al descanso, como por ejemplo, el Puente de la Angostura. Mojar los pies en el agua cristalina, después del largo sendero, conseguían relajar todos los dedos para proseguir y terminar la ruta donde había empezado.
Ya en Rascafría, la sensación de calma y serenidad se hacía notar en cada paso. Esta travesía permite sentir la majestuosidad de la Sierra de Guadarrama en su máximo esplendor.
Con el aliciente de observar al Tejo Milenario, el maravilloso árbol que aguarda tu llegada.