Real Madrid, Barcelona, Atlético de Madrid… llega el momento de renovar a un futbolista que sobrepasa la treintena, y la calculadora echa números de rendimiento y productividad sin compasión. «Está mayor y lo que no nos haya dado ya…» se escucha en los despachos donde el olor a césped brilla por su ausencia y el pasado tiene un color sepia aviejado.
Es entonces, cuando los estandartes se rompen en pedazos y los gritos de veneración de los aficionados se difuminan como si de minutos de descuento inútiles se tratase. Y se atascan renovaciones que creíamos de justicia, porque levantaron títulos, marcaron goles imposibles, nos hicieron felices cursos enteros.
¿Se debe renovar a un jugador para que se retire con la camiseta con la que tocó la gloria del fútbol?… o… ¿ya se le pagó sobradamente, jubilación incluida, cuando su rendimiento no ofrecía dudas? Qué quieren que les diga, con los sueldos que sacan a malabares familias enteras si nos ponemos románticos en el deporte «rey», mal vamos. Que «usen y tiren», que me gustaría a mí verme en una de esas. A que sí…