Madrid, 28 oct (EFE).- El edificio «Rockefeller», primera sede del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), cumple noventa años en la vanguardia de la investigación química y física y con el foco puesto en los principales desafíos de la ciencia: las tecnologías cuánticas, el descubrimiento de nuevos materiales o los secretos que todavía esconde el universo.
Financiado por la Fundación Rockefeller estadounidense en 1932, el edificio, en Madrid, alberga en la actualidad el Instituto de Química Física Rocasolano -heredero del Instituto Nacional de Física y Química- del CSIC, un centro científico multidisciplinar de referencia desde el que se trata de responder a importantes retos relacionados con la salud, los materiales o el medio ambiente.
Para celebrar la efeméride, el «Rockefeller» ha inaugurado un laboratorio histórico que recrea fielmente las instalaciones del que existía en el mismo lugar hace casi cien años, con el instrumental original de aquella época y que ha sido recuperado y organizado como un espacio museístico para demostrar que cualquier descubrimiento o conocimiento de vanguardia se sustenta siempre sobre un hallazgo anterior.
Galvanómetros, espectógrafos, fluxómetros, condensadores o potenciómetros de principios del siglo XX comparten hoy el edificio con materiales láser, con laboratorios de cromatografía y espectrometría, con microscopios de electrones que escudriñan los materiales que pueden resultar de interés para la computación cuántica o con científicos y grupos que tratan de comprender las bases estructurales de la vida.
El «Rockefeller» fue sede del CSIC desde la creación de este organismo en 1939 hasta la inauguración del edificio principal, que se construyó a muy pocos metros diez años después, y reunió a algunos de los investigadores más relevantes de la historia de la ciencia, entre ellos Blas Cabrera, Enrique Moles, Julio Palacios, Julio Guzmán, Miguel Ángel Catalán o Antonio Madinaveitia.
Pionero en la investigación química y física y referente hoy en muchos campos a nivel internacional, lo fue también en la promoción de la incorporación de las mujeres a la ciencia y la investigación, y casi cuarenta mujeres -entre ellas Felisa Martín Bravo, Dorotea Barnes, Pilar Madariaga o María Teresa Salazar- estuvieron vinculadas al centro en la década de los treinta.
El edificio ha sido citado por sus responsables como un ejemplo de diseño arquitectónico concebido para la investigación, por su gran funcionalidad y versatilidad, lo que ha permitido que durante noventa años se haya desarrollado una investigación puntera en química y en física y que se haya consolidado como uno de los mejores exponentes del progreso de la ciencia en España durante el último siglo.
El principal impulsor del laboratorio histórico que hoy alberga «el Rockefeller» ha sido el profesor emérito Alberto Ulises Acuña, investigador «ad honorem» (en activo tras superar la edad de jubilación), quien ha asegurado que los diferentes laboratorios que se integraron en este edificio tras su construcción estaban «magníficamente construidos» y han evolucionado durante casi un siglo hasta las instalaciones actuales, dotadas con complejos y sofisticados equipos de investigación.
Ulises Acuña ha subrayado en declaraciones a EFE la importancia de conocer y de conservar la instrumentación científica que han utilizado los investigadores en diferentes épocas, y ha opinado que los instrumentos, el mobiliario, los libros o las anotaciones de los científicos de los años treinta muestran a los jóvenes investigadores que todo descubrimiento se basa en un conocimiento anterior.
«La ciencia progresa siempre con pequeños pasos, pero se necesita siempre un sustrato sin el cual no se podría avanzar, y este laboratorio histórico es una demostración de eso», ha manifestado el investigador mientras muestra y curiosea con exquisito mimo los instrumentos que se han incluido en este espacio museístico.
El Consejo Superior de Investigaciones Científicas se ha involucrado en ese sentido en un ambicioso proyecto para recuperar y preservar la instrumentación científica de interés histórico que se acumula en muchos centros que hoy dependen de la mayor institución pública de España dedicada a la investigación científica y técnica.
Esteban Moreno, responsable de ese plan para la recuperación del instrumental científico en desuso, ha destacado el esfuerzo que el CSIC realiza desde 2014 para identificar, evaluar y catalogar ese patrimonio, y determinar el valor de cada pieza y cuáles merecen ser conservadas y preservadas.
Ha observado a EFE que muchos instrumentos tienen una especial importancia histórica ya que se trata de una institución centenaria, o bicentenaria en el caso de algunos centros ahora dependientes del CSIC -como el Museo Nacional de Ciencias Naturales, que este año cumple 250 años- y ha asegurado que en muchos países europeos o en Estados Unidos la conservación de ese patrimonio «es ya un deber».
Hoy, son ya más de 1.000 los instrumentos de valor científico e histórico que han sido recuperados e inventariados por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, y muchos de ellos fueron usados, de una forma absolutamente pionera en el mundo, en «el Rockefeller».
Raúl Casado