70º Festival de San Sebastián: ‘Un año, una noche’ marca el segundo día del Festival

Fuente: Festival de San Sebastián

Junto a la película de Lacuesta, que fue bien recibida, se proyectó el segundo largometraje de Olivia Wilde, ‘No te preocupes, querida’

Las películas que tratan atentados, sus desarrollos y sus consecuencias se encuentran en un riesgo constante de cruzar la línea que pase de considerarlas «realistas y crudas» a una simple búsqueda de morbo, polémica y debates vacíos. Este riesgo se multiplica cuando los actos terroristas que se ven en pantalla son reales, y más aún cuando reabren heridas que el paso del tiempo aún no ha permitido cerrar del todo.

Un año, una noche, el último trabajo de Isaki Lacuesta, asume este riesgo, recreando la fatídica noche en la que un grupo de terroristas atacó la sala Bataclán, de París, en noviembre de 2015. Sin embargo, el realizador catalán logra superar con éxito la prueba: su película es un duro relato sobre el dolor, el trauma y la pérdida, que, si bien no ignora el atentado, decide trasladarlo a un segundo plano para centrarse en sus consecuencias.

Ramón (Nahuel Pérez Biscayart) y Céline (una genial Noemie Merlant) son una joven pareja que sobrevive a la fatídica noche del ataque en Bataclán. Pese a ello, cada uno tiene una forma de lidiar con lo sucedido, algo que poco a poco empieza a distanciarles, pues ninguno de los dos termina de entender qué es lo que está pasando el otro.

un año una noche

Lacuesta se centra en los efectos que el trauma puede provocar en las personas. El relato, fragmentado, con imágenes del ataque yendo y viniendo en la cabeza de los protagonistas, acentúa la sensación de que, por mucho que intenten superarlo, el momento les acompañará siempre: Céline intenta olvidarlo, hacer como que no ha pasado nada y no se permite tener momentos de debilidad, intentando borrar toda su relación con aquel suceso. Ramón, mientras, cree que tiene que entender todo lo que pasó aquella noche, recordar todos los detalles y volver al momento una y otra vez para poder olvidar definitivamente el trauma que no le deja dormir por las noches.

Un año, una noche muestra el otro tipo de víctimas que dejan este tipo de sucesos: aquellas que sobreviven, pero que no son capaces de recuperar su vida previa, que se ven marcadas para siempre. Pese a alargarse en exceso en su último tercio, y perderse un poco en personajes secundarios – la subtrama centrada en el ‘cameo’ de C-Tangana y Natalia de Molina desvía el foco de los protagonistas y de lo que realmente interesa -, es un gran ejemplo del potencial de su director y de cómo se puede hacer una gran película que trate el terrorismo sin caer en el sensacionalismo y el morbo.

No te preocupes, querida‘: Wilde tropieza en un segundo proyecto que se pierde en la polémica

Distinto es el caso de No te preocupes, querida (Don’t Worry Darling), el segundo proyecto de Olivia Wilde tras las cámaras. Tras el incontestable éxito de su debut, Súper empollonas (Booksmart), Wilde decidió cambiar el coming of age por el thriller y los pasillos del instituto por las idílicas urbanizaciones de los suburbios en los años cincuenta.

Rodeado de innumerables polémicas, el rodaje – y la posterior promoción de la película – se vio condicionado por la tensión entre el equipo, los problemas entre actores y diferentes incidentes que dificultaron que el resultado en pantalla sea la mejor versión de lo que idealmente buscaba Wilde. Aunque hubiera sido así, aunque No te preocupes, querida hubiera salido exactamente como quería Olivia Wilde inicialmente, el resultado habría sido muy parecido: un refrito de películas mejores sostenido, únicamente, por un buen diseño de producción y por una Florence Pugh que se carga la historia sobre los hombros.

En contra de Pugh se encuentra el guion, lleno de lugares comunes, agujeros e inconsistencias, y, especialmente, un Harry Styles inexpresivo que lastra sus escenas y que palidece ante la interpretación de su compañera de reparto. No te preocupes, querida no tenía porqué reinventar el thriller, pero sí podía aspirar a aportar algo nuevo y distinto a un género que suele recibir bien las ideas innovadoras. Wilde ya lo hizo en Súper empollonas con las películas de adolescentes, aportando energía, aire fresco y personalidad a algo tan quemado como son las historias de institutos.

La película desaprovecha su enorme potencial, su reparto, y el talento de su equipo creativo para contar una historia aburrida, vista antes con mucho más acierto, y supone un serio tropiezo para una realizadora que había empezado de forma inmejorable.

 

Mario Orgaz