Las raíces vascas y la oscuridad de Chillida se sumergen en la luz de Roma

Mikel Chillida, nieto del escultor Eduardo Chillida y director de desarrollo del museo Chillida Leku, junto a una de las obras que forman parte de la exposición de Eduardo Chillida inaugurada en la Sala Dalí de Instituto Cervantes de Roma. EFE/Carmen Jaquete

Roma, 23 oct (EFE).- Las raíces vascas del escultor Eduardo Chillida, junto a su luz oscura y atlántica, se sumergen en la luminosidad de Roma en una exposición inaugurada este miércoles con motivo del centenario de su nacimiento en la Sala Dalí, en la céntrica plaza Navona de la capital italiana.

«Su obra está absolutamente enraizada en la herencia, tradición industrial, el hierro del País Vasco, la oscuridad de la luz negra atlántica», explicó a EFE su nieto Mikel Chillida, director de desarrollo del museo Chillida Leku.

«Él se refería a sí mismo siempre como un árbol, decía que tenía las raíces muy profundas en su País Vasco, en su tierra, el lugar al que pertenecía, pero que luego tenía las ramas, los brazos abiertos al mundo», recordó.

La muestra recorre 50 años de la carrera del artista de San Sebastián a través de 41 obras, entre las que figuran los dibujos más figurativos del comienzo de su carrera y las composiciones ‘Gravitaciones’, sus obras «más características», señaló a EFE el comisario de la exposición, Javier Molins.

Y se cierra con cuatro esculturas que formaron parte del pabellón de España en la bienal de Venecia en 1958, donde con 34 años Chillida ganó el galardón a mejor escultor.

Para Molins, la exposición salda «una deuda de Roma con Chillida, una ciudad que amaba pero donde nunca había tenido una exposición así con tantas obras» como en esta muestra en la Sala Dalí organizada por el Instituto Cervantes de la capital.

Los dibujos figurativos de manos ocupan un lugar especial en la sala, pues para el artista «eran la parte más interesante del cuerpo humano, las realmente capaces de manejar el espacio, medirlo controlarlo y crear conexiones», explicó su nieto sobre el que de hecho fue el único tipo de diseños que mantuvo durante toda su carrera.

Para Chillida, la belleza era un límite que tenía que superar para llegar al arte y para ello comenzó a pintar con la izquierda porque «la derecha ya sabía dibujar y hacer cosas preciosas».

El nieto del escultor recordó con admiración lo que su abuelo decía de pintar con la mano derecha: «Esto para mí está muy lejos de lo que es el arte» y cuando pintaba con la izquierda no lo hacía con técnica sino con «el tiempo, el alma, el corazón, la cabeza. Todo estaba dibujando».

Una curiosidad de sus obras es que dibujaba las manos derechas con la izquierda y viceversa.

Chillida no solo huía de la belleza, sino también del ángulo recto en sus esculturas, porque aunque lo consideraba «precioso, tenía un grandísimo problema: solo dialoga consigo mismo» .

El artista sentía que después de un ángulo de 90 grados «estás condicionado a utilizar otro igual» y esto no creaba «el verdadero diálogo con lo diferente» que buscaba.

Sin embargo, el ángulo ‘nómono’, ese que según «los antiguos griegos el ser humano forma con su propia sombra», está muy presente en su obra porque así era «capaz de cerrar un cuadrado con cuatro ángulos diferentes y ahí sí hay verdadero diálogo, hay tolerancia», argumentó su nieto.

Esto concordaba con sus principios y por eso «sus obras están imbuidas en estos conceptos: el diálogo, la tolerancia, la paz», concluyó.