Roma, 22 sep (EFE).- Con apenas 15 años, Giorgia Meloni llamaba a la puerta del Frente de la Juventud, los cachorros del postfascismo italiano. Aquella muchacha menuda y de mirada severa emprendía una carrera consagrada exclusivamente a la política que ahora, tras dominar a todos los hombres de sus filas, llega a su más elevado desafío: ser la primera mujer en conquistar el Gobierno de Italia.
La líder de los ultras Hermanos de Italia será la más votada en las elecciones del próximo domingo, según las encuestas, y podría llegar al poder coaligada con Matteo Salvini y Silvio Berlusconi.
UNA INFANCIA ENTRE MUJERES
El prólogo de la vida de Meloni (Roma, 1977) está marcado por el indeleble sello del abandono. Su madre, Anna, tuvo que criarla sola, junto a su adorada hermana mayor, Arianna, después de que su padre las desamparara marchándose a las Islas Canarias.
Un día su madre le explicó que la había traído al mundo ignorando a quienes le recomendaban abortar: «Debo todo a mi madre, mujer de voluntad, culta, que tras la coraza que viste para afrontar la vida esconde un alma frágil», reconoce en sus memorias, de 2021.
Las niñas mantuvieron un débil contacto con su huidizo padre, visitándolo cada verano en La Gomera, hasta que Giorgia, con solo 11 años, decidió no verle más al escuchar a bocajarro su desinterés por ellas. Y lo cumplió hasta su muerte.
La suya era «una familia herida», una madre y dos niñas bajo el techo de un apartamento de la Roma «bien» que un día salió ardiendo por una vela que las hermanas dejaron encendida en su habitación.
«Nos vimos en la calle», recuerda. La señora Anna logró vender lo que quedaba de la vivienda y mudarse al barrio obrero de Garbatella, donde por azares del destino entró en contacto con la política, a la que dedicaría su existencia.
Meloni adoraba la música, desde los cantautores italianos a Michael Jackson, devoraba las páginas de «El Señor de los Anillos» y no esconde que sufrió acoso escolar.
SU BAUTIZO POLÍTICO
Todo cambió cuando, con 15 años, llamó a la puerta «blindada» del Frente de la Juventud, la organización juvenil del antiguo Movimiento Social Italiano (MSI), fundado por los últimos fascistas.
La muchacha, siempre contraria a celebrar el Día de la Liberación del nazifascismo por verlo «divisivo», inauguraba su militancia un verano de 1992 incandescente, mientras la Primera República colapsaba bajo el peso de la corrupción y las bombas de la mafia.
Su vida consistía en fines de semana de activismo, con el nombre en clave de «Calimera» para despistar a las bandas callejeras de izquierda, y trabajos de niñera o camarera para llevar dinero a casa.
En 1996, cuatro años después, la joven, ya conocida por su dureza dialéctica, se alzaba como líder nacional de «Azione Studentesca», el movimiento juvenil de Alianza Nacional, nuevo rostro del MSI, con la que fue elegida consejera provincial en Roma.
Su ascenso fue meteórico, pasando por encima de todos los hombres, hasta que con 29 años llegó a la Cámara de Diputados, de la que fue vicepresidenta hasta 2008, cuando fue nombrada ministra de Juventud por Berlusconi.
A LA CIMA
El auge de esta mujer de voz honda, melena rubia y mirada heladora coincide con su presidencia, desde 2014, de Hermanos de Italia, nuevos herederos del MSI, con los que prepara su conquista del país.
En 2016 intentó ser alcaldesa de Roma, sin éxito, pero obtuvo gran popularidad haciendo campaña embarazada de su única hija, Ginevra, como la reina de Lancelot, fruto de su relación con el periodista Andrea Giambruno.
Desde entonces su protagonismo no ha hecho más que aumentar (en las elecciones de 2018 obtuvo un triste 4 %). Su éxito deriva de la explotación del descontento de la pandemia y su papel como única oposición a la difunta coalición de unidad nacional de Mario Draghi.
En este tiempo ha trascendido las fronteras como simpatizante del ultranacionalista húngaro Viktor Orban o presidiendo el Partido de los Conservadores y Reformistas Europeos, el de la española Vox.
«YO SOY GIORGIA»
Su punto álgido llegó cuando, en octubre de 2019, se asomó ante miles de personas en la plaza de San Juan de Letrán, feudo sindical, para proclamar: «Soy Giorgia, soy mujer, madre, italiana y cristiana y no me lo quitarán», en ataque directo a la legislación homosexual.
Luego, dos muchachos tomaron su discurso, la mezclaron con música electrónica y, sin quererlo, la elevaron a icono pop. Toda Italia bailaba y difundía aquel tema pegadizo.
Sus rivales, sostiene, son los «burócratas» de Bruselas, el colectivo LGBT o la «izquierda de salón», mientras admira a la Rusia de Vladimir Putin por compartir el «sistema de valores europeos, defender el cristianismo y combatir el fundamentalismo islámico», aunque promete «lealtad» a Occidente.
Su ideario lo aclaró para siempre en un acto electoral de Vox en Marbella (sur de España): «No hay mediaciones posibles, se dice sí o no. Sí a la familia natural, no al lobby LGBT; sí a la identidad sexual, no a la ideología de género; sí a la cultura de la vida, no al abismo de la muerte; sí a la universalidad de la cruz, no a la violencia islámica; sí a fronteras seguras, no a la inmigración masiva». Giorgia Meloni se estaba presentando al mundo.
Gonzalo Sánchez