Raúl Casado
Madrid, 17 may (EFE).- El precio medio de un satélite convencional ronda los 500 millones de euros y su fabricación y lanzamiento está sólo al alcance de multinacionales, gobiernos y agencias espaciales -y en la mayoría de los casos de alianzas entre ellos-; los nanosatélites, del tamaño de un microondas, pretenden democratizar el espacio y que sectores que nunca se plantearon acceder a soluciones satelitales puedan ahora hacerlo de una manera más rápida y asequible.
Un nanosatélite se pueden diseñar, fabricar y lanzar en cuestión de meses, a un precio que ronda 1 millón de euros; pueden ser lanzados desde numerosas lanzaderas y cohetes; forman constelaciones que permiten una rápida renovación o actualización y su crecimiento exponencial ha multiplicado también el número de empresas y administraciones que recurren a ese tipo de servicios.
Son los argumentos que defiende el fundador y máximo responsable de Open Cosmos, Rafel Jordá, que puso en marcha esta empresa hace ocho años en el Reino Unido y hoy tiene sedes también en Barcelona, Madrid y Cádiz, con instalaciones para la integración y el testeo de los satélites en salas «blancas» o limpias y centros de investigación para avanzar en múltiples desarrollos electrónicos, cada vez más miniaturizados.
Jordá, que en las próximas semanas recibirá el Premio Empresa de la Fundación Princesa de Girona, habla con EFE de «democratizar» el acceso al espacio y de cómo redundará eso en beneficio de la sociedad, del concepto de «nuevo espacio», de tecnologías disruptivas e innovadoras, pero también de pasión, de entusiasmo, de talento, de liderazgo y de calidad profesional y humana.
La empresa fabrica y opera satélites y desarrolla con ellos misiones que propician la recopilación de datos geoestacionales o servicios de telecomunicaciones, fundamentales -ha explicado su fundador- para abordar algunos de los grandes retos a los que se enfrenta la humanidad (el cambio climático, el uso eficiente de los recursos naturales, la predicción de catástrofes naturales), pero también para favorecer la conectividad de áreas remotas o facilitar la gestión de la ayuda humanitaria.
Ha ganado ya concursos y desarrollado proyectos para la Comisión Europea, para el Reino Unido, para la Agencia Espacial Europa (ESA) o para la Generalitat de Cataluña (el nanosatélite «Menut» de observación de la Tierra); para la Junta de Andalucía (el satélite «Agapa» para la Agencia de Gestión Agraria y Pesquera de la Junta de Andalucía); o para el Instituto Astrofísico de Canarias (el «ALSIO-1» para identificar riesgos medioambientales y climáticos y optimizar el uso de los recursos naturales).
El mallorquín Rafel Jordá señala que de momento la tasa de éxito de las misiones que ha desarrollado se sitúa en el 100 por cien y que la compañía tiene una cartera de contratos para desplegar otros dieciocho nanosatélites por un importe global que ronda los 50 millones de euros, contratos y cantidades que a su juicio van a propiciar la creación de empleo de calidad y la retención de talento científico español.
El ingeniero repasa su pasión por la ciencia y por el espacio desde niño; cómo aprendió de sus padres -sanitarios los dos- que el margen de error se debe aproximar a cero; la transformación «o incluso revolución» que está experimentando el sector aeroespacial gracias a los nanosatélites y de cómo un sueño se transforma en proyecto y un proyecto se convierte en empresa tras superar las tres grandes barreras del sector: la altísima complejidad tecnológica, la estricta regulación y los elevados costes.
Y entre las líneas de negocio más importantes y atractivas en el futuro, Jordá se refiere a las «constelaciones agregadas» de satélites, capaces de recopilar los datos que ofrecen los cientos de satélites y nanosatélites que ya orbitan la Tierra -de diferentes empresas y gobiernos- para darles una nueva aplicación y convertirlos en información útil y práctica para muchos más usuarios y en muy diferentes sectores (marítimo, seguridad, agricultura, pesca, medio ambiente o comunicaciones).
«La industria espacial ha estado tradicionalmente al alcance de muy pocos», ha manifestado a EFE Rafel Jordá, y ha valorado que durante la última década la «miniaturización» de los satélites ha permitido «democratizar» el espacio gracias a unos procesos de diseño y fabricación mucho más rápidos y menos costosos, lo que a su juicio tampoco tiene por qué llegar a suponer ninguna «saturación».
Porque los nanosatélites tienen una vida útil mucho más corta que los convencionales (tres o cuatro años), transcurrida la cual se desintegran por completo al reingresar en la atmósfera, ha explicado el responsable de Open Cosmos, ha valorado que esos ciclos permiten una evolución y actualización casi permanente de su tecnología y se ha mostrado convencido de que hay «espacio» suficiente para desplegar toda esta infraestructura y utilizar la información que genera para mejorar la gestión del planeta Tierra.