París, 24 ene (EFE).- A Máximo Huerta en algunos lugares de París lo conocen como a un vecino. No es casualidad, sino el fruto de una obsesión a la que el escritor español regresa como un imán con sus libros. El último, 'París despertaba tarde', trae de vuelta a Alice Humbert, la protagonista de su éxito 'Una tienda en París' (2012).
«Para mí los años 20 y París, los dos, son una obsesión», explica a EFE el también presentador televisivo y efímero exministro de Cultura en 2018, durante una visita a la capital francesa para promocionar su libro en los escenarios reales de la historia.
Por ejemplo, en Mélodies Graphiques, una pequeña papelería y tienda de antigüedades ubicada a escasos metros de la orilla derecha (norte) del Sena, ya presumían con un ejemplar de «París despertaba tarde» en el escaparate unos días antes de su lanzamiento oficial, este 24 de enero, en las librerías de España.
En ese pequeño rincón es donde Huerta ubica el taller en el que Alice Humbert cose mientras la capital francesa se sumergía en la efervescencia olímpica -igual que ahora- hace justo un siglo.
«París cumple todos los requisitos para fascinarte. El que viene buscando lo tópico lo encuentra, el que viene buscando el París que está en su cabeza en las postales lo encuentra y el que se deja sorprender encuentra inspiración y encuentra nuevos rincones», opina.
También conocen bien a Huerta los camareros de Le Dôme, un restaurante legendario de Montparnasse por el que pasaron artistas como Pablo Picasso, Man Ray, Ernest Hemingway o Gerda Taro.
Muchos de ellos, conocidos en su día como los 'Dômiers', son personajes de la novela de Huerta, aunque él pone el foco en las mujeres que les sirvieron de inspiración y posaron para sus obras, como la célebre Alice Prin, más conocida como Kiki de Montparnasse, cuya espalda fue inmortalizada por Man Ray con las cavidades de un violonchelo en la fotografía «Le Violon d'Ingres».
Fue una época difícil, entre dos guerras, en la que las mujeres se quitaron el corsé, no solo en la moda, sino también en la sexualidad y la vida social, fumando y bebiendo en los bares con el pelo corto.
«El París de los años 20 es el París con mayúsculas. Es el epicentro de la historia de París y, además, es el epicentro de la cultura del mundo», apunta Huerta.
«Nunca una ciudad ha sido tan cosmopolita, nunca en diez años, en una década tan intensa y tan breve, se han concentrado tanto arte, tanta moda, tanta cultura, tanta vanguardia, tanta locura, tanta fiesta, tanta novedad, tantos Juegos Olímpicos, tanto deporte, tanto invitado», rememora.
Falleras en Montmartre
La trama de «París despertaba tarde» -que además de retomar los amores de Alice cuenta cómo la modelo y costurera logra emanciparse sacando adelante su propio negocio- es algo que llevaba «latiendo» internamente desde hace más de una década, explica el propio autor. Pero la escritura en sí a veces necesita algo que haga «click» para arrancar.
Ese resorte lo encontró de casualidad durante un paseo por el icónico barrio de Montmartre, donde el escritor nacido en Utiel (Comunidad Valenciana) vivió durante unos dos años muy cerca de la basílica del Sacré-Coeur.
En el interior de ese templo, admirando las vidrieras creadas en 1924, un día se llevó una sorpresa.
«En una de las capillas, al levantar la vista, hay dos falleras. Hay dos valencianas vestidas con la tela clásica valenciana», comparte Huerta.
La historia real de las dos falleras que aparecen en el espacio dedicado a San Ignacio de Loyola en el Sacré-Cœur es un misterio. Los propios responsables actuales de la basílica no fueron capaces de dar a Huerta una respuesta sobre su origen, pero lo que sí pudo hacer el escritor fue rastrear los tejidos hasta su tierra.
En concreto, tuvieron que salir de un taller en el municipio valenciano de Moncada llamado Garín, que trabaja desde hace dos siglos.
«Después de sorprenderme y después de fascinarme dije 'aquí hay una novela, la tengo dibujada en el ábside del Sagrado Corazón'», rememora Huerta.
A sus 52 años y habiendo tocado desde la televisión a la política, Huerta no mira al pasado con melancolía y confiesa que donde más se gusta es en su casa. También en su librería de la localidad valenciana de Buñol.
Para el resto de trenes que le propone la vida, se sube y se baja si le apetece. «Y si pasa el tren, ahora desde esta edad digo 'pues no era para mí ese viaje'», reflexiona.
Nerea González