Mario no suelta el bote de gel. Con una mano, reparte el líquido a los que, poco a poco, van entrando en el colegio. Con la otra, una mascarilla a cada uno. «Señora, se la tiene que poner por encima de la suya», le dice, muy educado, a una nonagenaria que ya traía puesta una FFP2 azul.
Mario no suelta el bote de gel. Con una mano, reparte el líquido a los que, poco a poco, van entrando en el colegio. Con la otra, una mascarilla a cada uno. «Señora, se la tiene que poner por encima de la suya», le dice, muy educado, a una nonagenaria que ya traía puesta una FFP2 azul.
Los responsables covid, con sus chalecos amarillos, las colas interminables a horas atípicas, el tráfico intenso, las escapadas del trabajo y un trajín en las calles inusual un martes, distinguen estas elecciones madrileñas de cualquiera anterior.
Acostumbrados a votar en domingo, solo hay una cosa que recuerda a ese día: no hay que pagar por aparcar. Y eso se traduce en tráfico. «Hace años que no se veía Madrid así», sentencia un taxista al comprobar la cantidad de coches que circulan este martes por la capital madrileña.
La jornada electoral ha arrancado muy diferente a otras. Largas colas a las nueve de la mañana, recién abiertos los colegios, sugerían la intención de los madrileños, a veces truncada, de votar antes de entrar al trabajo.
Pero las filas han continuado buena parte de la mañana y hasta pasada la una no se ha empezado a notar cierto cambio en algunos colegios. Otros continuaban con las ristras de pacientes electores dando vueltas a las manzanas.
Esperas que han tenido que sufrir también los candidatos. Más de una hora Rocío Monasterio, 45 minutos Ángel Gabilondo, 40 Pablo Iglesias, media hora Edmundo Bal y 25 minutos Isabel Díaz Ayuso. Mónica García se había adelantado y votó por correo, aunque este martes ha acompañado a su padre al colegio electoral.
Para evitárselas a los mayores, que teóricamente debían votar de 10 a 12 de la mañana, aunque la recomendación no ha calado mucho, algunos colegios, como el San Eugenio y el San Isidro de Arganzuela, han dispuesto dos colas, una para mayores de 65 años y otra para el resto.
Esta última, pasadas las diez, daba la vuelta a dos calles, por lo que una mujer aprovechaba para ir a la farmacia mientras le guardaban el sitio. «Y no hago la compra porque no me pilla de paso».
La afluencia a primera hora ha sido tan alta que en el colegio Legado Crespo de Arganzuela a las doce del mediodía ya había votado un 30 % de los censados, comentaba un interventor, y el Tirso de Molina, del mismo distrito, contaba con unas 200 personas esperando a las nueve de la mañana. A la una, la fila daba la vuelta a casi toda la manzana.
Allí, los madrileños se han encontrado con chalecos amarillos, como Mario, responsables covid, que se han asegurado de que no hubiera aglomeraciones y de que todo el mundo llevara su doble mascarilla. En el colegio de Ayuso, en el distrito de Chamberí, eran voluntarios exalumnos, explicaba a Efe sor Asunción García poco antes de la llegada de la presidenta.
«Tenemos unos diez voluntarios que se suman a los que ha traído la administración», resumía sobre su centro, uno de los grandes, donde tienen derecho a voto alrededor de 7.000 personas.
Entre ellas Ayuso, que ha esperado rodeada de una nube de periodistas y fans a partes iguales. La candidata del PP ha votado poco después de un par de monjas que, preguntadas por la jornada, afirmaban que ellas siempre acuden a las urnas «como buenas católicas».
En la espera, la presidenta ha charlado con una hermana a través de los barrotes de la ventana, ha departido con una vecina y se ha hecho fotos con una veintena de seguidores de todas las edades, que la han aplaudido y jaleado al son de «¡presidenta, presidenta, presidenta!».
Muy diferente ha sido la espera de Gabilondo en un colegio del Pinar de Chamartín, concretamente en un barrio votante mayoritario de Ciudadanos en las últimas elecciones, cuyos vecinos miraban al socialista con curiosidad, pero sin muchas fiestas.
Tan solo una joven, estudiante de Periodismo, se ha hecho una foto con él. Residente en Andalucía («me hubiera encantado votar aquí, pero no puedo»), sigue este martes a los candidatos con dos compañeras de curso para preparar un trabajo de fin de máster.
«Hemos estado con Ayuso, ahora con Gabilondo, nos iremos a Sol y esta noche a la sede de los partidos», explicaban poco antes de ver salir al candidato socialista acompañado de su mujer.
También allí han votado María Luisa e Irene, madre e hija venezolanas residentes desde hace años en España. No se pierden una cita electoral. «Si no votas, no te puedes quejar».
La hora larga que ha esperado Monasterio ha dejado la incidencia más sonada: cinco detenidas de Femem que han protestado a torso descubierto en su colegio electoral San Agustín, en Chamartín, lanzando octavillas amarillas con el texto «A los fascistas, ni un paso más».
Ella y su marido, Iván Espinosa de los Monteros, han dedicado unos minutos a recogerlas y tirarlas a la papelera, antes de entretenerse poniendo música reguetón en el móvil.
Fuera de la capital, un presidente de mesa con una camiseta de «Comunismo y libertad» de Las Rozas, otro en Villanueva del Pardillo que ha exigido un traje EPI para ponerse manos a la obra y un colegio de Tres Cantos sin cabinas son las pocas incidencias que ha dejado la jornada hasta la hora de comer.
Eso sí, la pandemia ha agudizado el ingenio. Se puede consultar el aforo de los colegios en tiempo real usando una aplicación de móvil, y los presidentes de las mesas minimizan el contacto usando una bandeja de plástico para que el votante deposite su DNI.
Incluso un pueblo, Becerril de la Sierra, ha dispuesto un tren turístico al aire libre para llevar a los mayores al centro de votación, y otro, Moralzarzal, ha colocado urnas en su plaza de toros. Una votación atípica en un mundo distinto.
Por María Traspaderne
Fuente: © EFE 2021