La Virgen de la Esperanza de Triana es una de las imágenes con más devoción de la ciudad de Sevilla. Desde que sale de su capilla -comenzada la Madrugá- hasta que se recoge de nuevo -en torno a las 14:00 horas del Viernes Santo- el palio de la Esperanza es un barco de fe que surca las calles entre miles y miles de devotos. Actualmente, la trianera puede verse en la Capilla de los marineros, en la calle pureza, justo encima del altar. Atribuida tradicionalmente a Juan de Astorga, en los últimos años, estudiosos en la materia vinculan a la imagen con Petroni, aunque ninguna teoría está verificada al completo. Se trata de una incógnita debida, en parte, a las modificaciones a las que ha sido sometida la talla -una de ellas originada tras los daños sufridos por un incendio-. La leyenda de la Esperanza de Triana se remonta a la década de los años setenta del pasado siglo XX:
Se dice que un madrileño decidió venir a ver la Semana Santa de Sevilla ante las insistentes peticiones de su hijo por ver la Esperanza de Triana. El padre, dispuesto a hacer realidad el sueño de su hijo, viajó hasta la capital andaluza. Una vez allí, los dos se fueron hasta una de las calles por donde pasaría la Esperanza de manera inminente. Cuando llegó el palio de la dolorosa, el madrileño se percató de algo que le marcó: la Esperanza estaba llorando de verdad. El padre, sobrecogido, le preguntó a su hijo si se había dado cuenta de lo mismo que él, a lo que este respondió que las lágrimas eran de cristal y que se trataría de alguna ilusión óptica.
Al año siguiente, padre e hijo volvieron a Sevilla y volvieron a darle encuentro a la Esperanza de Triana. Con la imagen frente a frente, de nuevo, otra vez, el padre volvió a ver lágrimas de verdad recorrer el rostro moreno de la trianera. “Hijo, ¿Ves la Virgen llorar?”, a lo que el hijo negó, alegando que sería percepción suya, efecto del humo de las velas o del calor abrasador de la candelería.
Nada más llegar de vuelta a Madrid, el hijo enfermó gravemente, falleciendo a los pocos días. Al año siguiente, el padre decidió regresar a Sevilla para ver a la imagen y quedó pasmado: la Virgen ya no lloraba. Ahora sonreía. El hijo de aquel madrileño estaba a salvo bajo el manto de la Esperanza.
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