El PSOE afronta desde mañana los procesos y las batallas por el poder regional

Casi trece años después, Sevilla volvió a albergar un Congreso Federal del PSOE, una cita de la que Pedro Sánchez sale con el mismo control absoluto del partido, sin apenas contestación interna y con un apoyo pleno para continuar la hoja de ruta que se ha marcado. EFE/EPA/JULIO MUÑOZ

José Miguel Blanco

Madrid, 1 dic (EFE).- Casi trece años después, Sevilla volvió a albergar un Congreso Federal del PSOE, una cita de la que Pedro Sánchez sale con el mismo control absoluto del partido, sin apenas contestación interna y con un apoyo pleno para continuar la hoja de ruta que se ha marcado.

Un camino que está decidido a recorrer hasta 2027. Con elecciones municipales, autonómicas y generales previstas para dentro de tres años, esa es la meta que se ha fijado de forma repetida en su intervención en la clausura de un cónclave socialista que ha vuelto a ser un baño de masas para él.

Su determinación, que pareció tambalearse en abril cuando decidió darse cinco días de reflexión y poner en una balanza si le merecía la pena seguir o no en el cargo, ha cogido aire en la capital andaluza tras ser aclamado por los suyos y formar un equipo continuísta, sin cambios en sus pesos pesados.

Decisiones como la de no prescindir de personas como Santos Cerdán al frente de la Secretaría de Organización pretende demostrar que mantiene su plena confianza en él y evidencia su convencimiento de que no tendrán recorrido acusaciones como las vertidas por el empresario de la trama Koldo Víctor de Aldama.

El fin de semana ha ratificado el poder de Sánchez, pero no ha borrado los asuntos que están dando munición a la oposición para pedir de forma reiterada su dimisión, como la investigación judicial a su esposa, Begoña Gómez (presente y aplaudida en Sevilla), esas declaraciones de Aldama o la imputación del fiscal general del Estado.

Ni un paso atrás

No parece que estas cuestiones, que achaca en gran parte a la campaña de ataques de la derecha y la ultraderecha, vayan a desaparecer de la noche a la mañana de los titulares periodísticos ni de la estrategia de formaciones como el Partido Popular, pero en su entorno citan sus propias palabras convencidos de que hará honor a ellas: «no me van a quebrar».

Una frase que ha tenido otras sinónimas en su intervención de Sevilla como las que le han llevado a asegurar que tiene más ganas, más ilusión y más fuerza que nunca, que no va a dar un paso atrás ni al lado, que no van a tumbar a su Gobierno y que seguirá, de momento, hasta 2027.

Esa es la conclusión a la que, tal y como dijo tras sus días de reflexión y ha repetido ahora, llegó tras hablar mucho con su familia al ser ellos también «víctimas del odio de los odiadores profesionales».

Toda esa determinación resume la fama de resistencia que se ha ganado con la fuerza de los hechos desde que dio el salto a la secretaría general del PSOE hace una década, sorteando en su partido y sus gobiernos momentos en los que parecía que lo más factible era no poder evitar el precipicio.

Llegó al Gobierno a lomos de la primera moción de censura que triunfó en la actual etapa democrática y ha sobrevivido, primero en solitario y luego al frente de dos ejecutivos de coalición cuyos socios, especialmente Podemos, le han generado más de un problema.

Lidiar con ellos no ha sido fácil, pero tampoco completar con otros partidos, como ha vuelto a reconocer hoy, las mayorías parlamentarias necesarias para su investidura y para sacar adelante iniciativas clave de la legislatura como unos presupuestos que son para Sánchez la principal asignatura pendiente a corto plazo.

Por el camino ha tenido que contradecirse en ocasiones a sí mismo impulsando medidas, como la amnistía, de las que había renegado. Todo para amoldarse a lo que considera una nueva realidad política que ha venido para quedarse, la que obliga a negociar, negociar y negociar para que un Gobierno en minoría logre mayorías que avalen sus proyectos.

Una nueva realidad

Esa realidad cree que marca diferencias con tiempos pasados como los que tuvo que administrar Felipe González. Y ahí, en no ponerse en el lugar que ahora ocupa su sucesor para intentar comprender sus decisiones, considera el 'sanchismo' que radica la falta de empatía, cuando no la discrepancia total, del expresidente con el rumbo de la dirección socialista, renovada ahora en la ciudad que le vio nacer.

González no ha estado en Sevilla. Hace cuatro años sí acudió al anterior Congreso de Valencia y pareció que un abrazo con Sánchez y la promesa de lealtad sellaba la reconciliación. Pero el tiempo ha vuelto a poner distancia por medio.

En Sevilla sí ha estadio Page aunque se ausentó de la clausura alimentando así su papel de verso suelto socialista por sus críticas reiteradas a decisiones de la dirección de su partido.

El tiempo también evidencia otras diferencias. En el congreso de 2012 en la ciudad andaluza, Alfredo Pérez Rubalcaba se hizo con la secretaría general del PSOE con 22 votos de ventaja sobre Carme Chacón después de que José Luis Rodríguez Zapatero renunciara al cargo.

Sánchez ahora no ha tenido rivales. Tampoco ha tenido que dedicar horas y horas a negociar con las federaciones la conformación de su nueva Ejecutiva, a diferencia de la particular 'madrugá' sevillana que vivió Rubalcaba, que sólo emitió fumata blanca pasadas las ocho de la mañana.

Al actual líder le ha sobrado la 'madrugá'. Ha dado una muestra más de su férreo control del partido. Así, y teniendo el Boletín Oficial del Estado como instrumento para sus políticas progresistas, piensa seguir escribiendo las páginas de la historia socialista. Al menos, hasta 2027.