Kfar Jales (Siria), 23 dic (EFE).- Para Nadel Ibrahim, el final de la violencia en Siria no significa regresar a casa tras seis años de desplazamientos forzosos, de ver a sus hijos heridos en ataques y de mucha precariedad. Como para la mayoría de sus vecinos de campamento, es más un recordatorio de que la guerra les robó todo lo que tenían.
Hasta el reciente derrocamiento de Bachar al Asad, las provincias noroccidentales de Idlib y Alepo concentraron durante años los últimos bastiones opositores del país, donde más de dos tercios de la población son desplazados internos y dos millones de ellos viven hacinados en campos como el de Nadel.
«La aviación rusa empezó a bombardearnos, atacó toda la aldea, nos hicieron huir de ahí», recuerda a EFE el hombre, de 65 años, sobre el día en que los aliados de Al Asad les obligaron a abandonar su Al Fatira natal, en Idlib y hoy gravemente devastada tras casi 14 años de conflicto.
Huyeron a una segunda ubicación hasta que también fue objetivo de ataques y, de allí, a un campamento de desplazados en Kfar Jales donde llevan tres años. Y, por ahora, deberán continuar en este manto de miles de diminutas unidades familiares que cubren las lomas hasta donde alcanza la vista.
Sin casas a las que volver
En las últimas dos semanas desde la caída del régimen, Nadel pudo ir a inspeccionar la gravedad de los daños infligidos por los proyectiles en su vivienda en Al Fatira, que describe como «toda en el suelo», sin «puerta ni ventanas» y como una imagen de «destrucción total».
Tampoco hay aún colegios, suministro de agua ni los olivos de los que solían vivir, pues fueron arrancados por «matones» de Al Asad durante el conflicto.
«Aquí, en estos campamentos, hay gente de treinta pueblos, la mayoría con las casas destruidas. Todos están esperando, les arrancaron los árboles de sus terrenos, ¡¿quién pagará miles de dólares para instalar una puerta o ventanas?!», alerta el desplazado.
Desde luego, no él, con 10.000 dólares en deudas después de que uno de sus hijos precisara año y medio de ingreso hospitalario, así como cuatro operaciones en la cabeza a causa de la caída de una «bomba de racimo» en su zona de este enorme campamento para desplazados.
Su vecino Khaled Mohamed perdió a una hija en ese mismo ataque, cometido por el régimen de Al Asad.
«Vinimos aquí con nuestra familia e hijos pensando que sería una zona segura, fuimos atacados aquí con una bomba de racimo. Mi hija Shahd murió, tenía 13 años», asevera Khaled a EFE frente a la unidad que comparte con los seis hijos que le quedan.
Tampoco ellos tienen un hogar al que regresar en su aldea de la castigada Jan Shijún, donde el padre asegura que «todo son escombros en el suelo» y donde no hay servicios de ningún tipo tras años de violencia sin fin por parte de las filas del «traidor» de Al Asad.
«¿Qué le vamos a hacer? Todos esperamos volver a nuestra tierra, pero nuestro lugar está derrumbado por completo, todas las casas están asoladas. De momento, estaremos aquí hasta que llegue el verano, trabajaremos y reconstruiremos la casa», zanja.
Precariedad
Así, pese a que muchas cosas han cambiado enormemente en Siria en cuestión de semanas, la difícil situación de decenas de miles de desplazados en el noroeste del país permanecerá inmutable durante bastante más tiempo.
En este campo de Kfar Jales, muchas familias no tienen otra forma de combatir el frío que contar los minutos para que vuelva a salir el sol.
«Nuestros vecinos, por ejemplo, hasta ahora no tienen calefactores y ya llevamos un cuarto o la mitad del invierno. Mucha gente sufre, pero todo es en vano», lamenta a EFE un joven residente en estas enormes instalaciones, divididas en tres sectores dado su gran tamaño.
En verano, denuncia, el nilón que recubre estas unidades familiares «escupe fuego» y se convierte en «un horno». El chico asegura que el calor que se forma dentro de ellas durante la época estival es tal «que causa enfermedades».
Él mismo perdió su casa familiar en Al Fatira, en cuya construcción se gastaron unos 5.000 dólares apenas dos años antes de tener que huir de la aldea en 2019, cuando los bombardeos sobre la zona se volvieron de un nivel «indescriptible».
«Un año después, fue bombardeada por la aviación de guerra rusa con misiles altamente explosivos. Mi casa era de dos plantas, nueva, vivimos ahí solo un año», lamenta este estudiante para el que, como los demás, el desplazamiento forzoso se prolongará mucho más allá de la guerra.
«Fue bombardeada sin motivo ninguno, en todo el pueblo ninguna casa es habitable, son escombros», concluye.
Noemí Jabois