Madrid, 8 may (EFE).- Pocos actores pueden presumir de tener un género propio, pero Alfredo Landa no solo inventó el «landismo» con su representación del macho español fanfarrón y reprimido de los años 70; también logró el respeto de la crítica gracias a películas como «Los santos inocentes», «El crack» o «El bosque animado».
Este 9 de mayo se cumplen diez años de su fallecimiento a los 80 años, dejando un legado de más de 140 películas que le hicieron merecedor de tres premios Goya, uno de ellos honorífico, y un premio al mejor actor en el Festival de Cannes, por su Paco el Bajo de «Los santos inocentes», dirigida por Mario Camus.
Hijo único de un guardia civil y una ama de casa, nació en Pamplona el 3 de marzo de 1933. Tras fundar con varios amigos el Teatro Universitario de San Sebastián, donde se curtió en el humor de Mihura o Jardiel Poncela, a los 25 años se mudó a Madrid, con 7.000 pesetas en el bolsillo y una carta de recomendación.
En el cine entró por la puerta grande gracias a José María Forqué, que le fichó para «Atraco a las tres» (1962), un éxito de taquilla que supo sortear la censura gracias al humor negro en el que envolvía su mordaz crítica social.
Después se especializó en comedias de trazo grueso, las llamadas «españoladas», con títulos como «Amor a la española» (1967), «Cateto a babor» (1970), «No desearás al vecino del quinto» (1970) o «París bien vale una moza» (1972) en las que encarnaba a ese macho ibérico especializado en perseguir a las suecas que dio pie al término ‘landismo’.
Él aprendió a llevarlo con orgullo pues ese cine fue también un fenómeno sociológico que supo hacer reír a un país necesitado de ello cuando salía de la represión de la Dictadura.
«Gracias al landismo he hecho luego películas importantes», dijo en 2003 al recibir un homenaje en la Mostra de Valencia, donde recordó que «No desearás el vecino del quinto» marcó «un hito en el cine español» al colocarse durante mucho tiempo como la película española con más recaudación de la historia.
Nadie duda hoy de que Alfredo Landa fue uno de los grandes, pero no siempre fue así. Como suele suceder, lo que ayudó a consolidar su prestigio y el respeto de la profesión fue la demostración de sus habilidades dramáticas encarnando a perdedores llenos de matices.
«El puente» (1977) de Juan Antonio Bardem fue clave en esa transición. Landa siempre reivindicó la importancia de esa película que comparaba con «Diarios de motocicleta» de Walter Salles.
«Ambas narran un proceso de toma de conciencia social, en un caso de Ernesto Guevara, que posteriormente sería el Ché, y en el caso de la película española, de Juan Gómez, un mecánico que también viaja en moto durante un puente festivo y regresa convertido en un luchador por los derechos de los demás», decía.
Pero el reconocimiento le llegó, como también suele suceder, desde fuera, cuando su pueblerino de «Los santos inocentes» (1984), ese que olía el campo como un perro para buscar las piezas cazadas por su ‘señorito’, le valió el premio a la mejor interpretación en Cannes, compartido con Paco Rabal, por su papel de cuñado con discapacidad mental.
Empezó así una racha de películas esenciales de los años 80, como «El crack» (1981) de José Luis Garci o sus dos trabajos con José Luis Cuerda que le reportarían sendos premios Goya, «El bosque animado» (1987) y «La marrana» (1992).
Racha que se hizo extensible a la televisión con la serie «Lleno por favor» o con su inolvidable Sancho Panza en «Don Quijote», de Manuel Gutiérrez Aragón.
Garci se convirtió en el director con el que mejor relación establecería, rodaron otras seis películas juntos: «Las verdes praderas» (1979), «El crack II» (1983), «Canción de cuna» (1994), «Historia de un beso» (2002), «Tiovivo c. 1950» (2004) y «Luz de domingo» (2007).
La relación se torció cuando la Academia de Cine anunció que le otorgaba el Goya de Honor en 2007 y Garci no aceptó entregárselo por sus desavenencias con la institución, aunque hicieron las paces poco después.
El mismo año en que estrenó «Luz de domingo», Landa anunció su retirada del cine. Fue al recoger la Biznaga de Honor en el Festival de Málaga. «Cuando se pierde la pasión, hay que decir adiós, tranquilamente», dijo en sus palabras de despedida.
Menos de un año después, al recoger el Goya de Honor, quedó en evidencia la fragilidad de su estado al pronunciar, con dificultad, un discurso inconexo que dejó al público sobrecogido.
A finales de 2008 presentó su biografía, «Alfredo el Grande. Vida de un cómico», una entrevista concedida a Marcos Ordóñez en la que describía al productor José Luis Dibildos como «un timador profesional», a la actriz Gracita Morales como «caprichosa, despótica e intratable» y a José Luis López Vázquez como un «robapapeles».
También arremetió contra el cine español, al asegurar que «solo hay media docena de señores con talento, que lo hacen bien», y que el desencuentro con el público se debía a que «les damos morralla». A partir de entonces prácticamente desapareció de la vida pública.
Alfredo Landa presumía de poder hacer casi cualquier cosa en el cine: «Yo soy como un todoterreno, que me metes en un río y puedo salir, y me pides que suba una montaña y la subo».