París, 20 abr (EFE).- La extrema derecha gala se acercó por primera vez al poder un 21 de abril de 2002, cuando Jean-Marie Le Pen se clasificó para la segunda vuelta de las presidenciales. Fue un logro inesperado que se vivió como un cataclismo en un país que dos décadas después ve a su hija Marine aún más cerca del Elíseo.
Le Pen padre llegó a la ronda final junto al conservador Jacques Chirac con porcentajes respectivos del 16,86 y del 19,88 % de los votos. A pesar de que en el duelo final solo alcanzó el 17,79 % de los sufragios, le bastó para sacudir el panorama político francés.
En aquellas elecciones hubo en total 16 candidatos, frente a los doce de la pasada primera ronda, y la dispersión del voto de la izquierda y la elevada abstención contribuyeron a aupar a un candidato que no aparecía como probable en ninguna quiniela.
El propio Le Pen lo reconocía al afirmar que una victoria hubiera sido «relativamente imprevista y no preparada», pero su clasificación rompió un techo de cristal que años después facilitó el camino a su hija y sucesora en el entonces Frente Nacional.
«Nadie se lo esperaba. Fue sorprendente también por la amplitud de la movilización de la sociedad civil y de otros candidatos para hacer frente a la extrema derecha», explica a EFE el politólogo Romain Lachat, profesor asociado del centro de investigaciones de la universidad SciencesPo (Cevipof).
PROTESTAS MASIVAS
En mayo de ese año, días antes de la segunda vuelta, cerca de 1,3 millones de personas salieron a la calle en Francia, 400.000 de ellas en París, en contra de Jean-Marie Le Pen. El pasado sábado, de nuevo entre las dos rondas, apenas hubo 23.000.
La extrema derecha daba más miedo que ahora, apunta el también politólogo Jean-Yves Camus, para quien el fundador del Frente Nacional era tanto un político como un provocador, a quien sus declaraciones antisemitas y negacionistas le cerraron las puertas a cualquier posible alianza con la derecha.
Hasta tal punto que su rival electoral rechazó debatir con él antes de la segunda vuelta.
Hacerlo, según añade Lachat, hubiera supuesto acordarle un reconocimiento que ningún político estaba dispuesto a admitirle, algo que en este 2022 sería impensable porque su hija Marine, líder de la ahora llamada Agrupación Nacional, está totalmente asentada en la escena política y se lanza a la batalla del Elíseo por segunda vez.
A juicio del investigador Paul Maurice, del Instituto Francés de Relaciones Internacionales (IFRI), el cordón sanitario actual contra la extrema derecha es más débil que el ejercido hace 20 años.
En tres de las últimas cinco elecciones presidenciales ha habido un candidato ultraderechista, Le Pen padre contra Chirac en 2002 y su hija contra el liberal Emmanuel Macron en 2017 y este año, lo que ha provocado cierta desmovilización en el electorado.
EXASPERACIÓN CIUDADANA
Se ha instalado cierto cansancio entre ciudadanos que no son necesariamente ultraderechistas pero que «tienen ganas de votar por sí mismos» y no de decantarse por el bloqueo sistemático a esa opción política. Y esa decisión individual, según Maurice, «pasa también por la abstención o el voto blanco o nulo».
Jean-Marie Le Pen consiguió demostrar que su partido, fundado en 1972, podía jugar en el patio de los mayores y su hija ha maquillado o silenciado los postulados más polémicos, poniendo el foco en las medidas más consensuales, para ganar fuerza en estas presidenciales que se decidirán el próximo domingo.
Le Pen padre era alguien que por su personalidad y posicionamiento político no se consideraba creíble para ocupar la Presidencia, de ahí la sorpresa generalizada cuando en abril de 2002 llegó a la segunda ronda.
Apenas habían pasado diez años desde el final de la Guerra Fría y todavía no habían triunfado los movimientos populistas y más radicales que alzaron al poder a Donald Trump en Estados Unidos o a Viktor Orbán en Hungría.
Jean-Marie Le Pen resucitó con su partido a una extrema derecha que se había dado por desaparecida en 1945, según Camus, y su hija Marine podría llevarla de verdad al Elíseo 20 años después, aunque los sondeos otorgan ya una diferencia de diez puntos entre ella y Macron.
Su victoria, según Camus, obligaría a una reflexión colectiva: «Sería la culpa de todos aquellos que nunca se han preocupado porque la extrema derecha nunca ha conseguido el poder en Francia. Parece que no se ha entendido que es un partido que ha llegado para quedarse. Es necesario tomárselo en serio y una labor de pedagogía».
Marta Garde