Sofía Henales
Madrid, 3 mar (EFE).- La vida silvestre: esos mamíferos, aves o anfibios que no han sido domesticados, forma parte de unos ecosistemas que «funcionaban como un reloj hasta que los humanos los estropeamos», según han contado varias expertas con motivo del Día Mundial de la Vida Silvestre, celebrado cada 3 de marzo.
Las Naciones Unidas conmemoran así «la contribución a nuestras vidas y a la salud del planeta de los animales y plantas silvestres», pues las funciones que realiza cada especie «están muy coordinadas con las de las demás», ha explicado a EFE la experta en ética ecológica y animal Marta Tafalla.
Un ejemplo son los castores, «fabricando presas en los ríos que generan pequeños pantanos», así que, si en verano «llueve poco, los animales pueden beber» del agua acumulada en ellos; asimismo «actúan como cortafuegos» en caso de incendio forestal.
Esa «alta influencia humana» de la que derivan «todos los problemas de la biosfera» ha hecho que «sólo el 4 % de los mamíferos sean salvajes», mientras que «el 60 % es ganado», y «cuando hay menos animales, o faltan especies, las plantas pueden tener dificultades para reproducirse».
La causa principal de pérdida de biodiversidad es «la dieta carnívora que consume la mayoría», según la experta, pero hay que sumar desafíos como «la caza deportiva, el tráfico de animales, el cambio climático, la contaminación o el atropello en carreteras».
Para su protección existe el Convenio sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (CITES por sus siglas en inglés), que este año celebra su 50 aniversario, una institución «muy permisiva con medidas muy tibias», en opinión de Tafalla.
A su juicio, «habría que prohibir completamente el comercio de especies y la caza deportiva, fomentar dietas veganas y proponer el rewilding», es decir, no extraer recursos en algunos ecosistemas para que «recuperen su estado natural».
La autora principal de la evaluación sobre uso sostenible de especies silvestres de la Plataforma Intergubernamental Científico-normativa sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas (IPBES), Gabriela Lichtenstein, ha destacado otras «grandes utilidades de la vida silvestre para billones de personas».
«Sirven como fuente de alimentación, abrigo, salud y conocimiento, favorecen las economías locales», e intervienen en «la polinización o la dispersión de semillas», entre otros procesos naturales.
Sin embargo, «un alto número está en peligro de extinción», según detalla la Lista Roja de especies amenazadas de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), del que la experta es vicepresidenta regional.
Así, «42.000 especies, de las más de 150.300 evaluadas hasta el momento», se encuentran en riesgo, es decir, un 28 %. Es «imposible» analizar la totalidad de especies, pero «si tuviéramos la posibilidad se estima que habría 1.000.000 en peligro de extinción».
En este sentido, IPBES clasifica los factores directos e indirectos que intervienen en su desaparición y, para Lichtenstein, «el cambio del uso del mar y de la tierra» es el de mayor gravedad porque «más de un tercio de la superficie terrestre está destinada a cultivos o ganadería».
Otros directos son «el cambio climático, la explotación directa de organismos, la contaminación y la introducción de invasoras»; e indirectamente influyen «las sociedades consumistas y las innovaciones tecnológicas».
Para combatir estas amenazas algunas instituciones planean estrategias de conservación, que según la autora deberían incluir «restaurar hábitats, cría en cautiverio y eliminar invasoras», aunque es «fundamental trabajar a nivel local, nacional e internacional y colaborar con los gobiernos».
Las vicuñas son un caso «exitoso» de recuperación de especie; el comercio con su lana, la más fina del mundo, dejó sólo «10.000 ejemplares en los años 60» y gracias a acuerdos y a la prohibición de CITES de «exportar sus fibras» hoy hay «más de 500.000».