Qardaha (Siria), 21 dic (EFE).- Mohamed Mahmud Rizk ha recorrido más de 300 kilómetros para visitar la vandalizada tumba del expresidente sirio Hafez al Asad en el oeste el país. Su peregrinaje al mausoleo, quemado y lleno de pintadas, es un corte de manga a los Al Asad y un intento de tender la mano a la minoría alauita a la que pertenecen.
Apenas un par de días después del derrocamiento del régimen sirio, que estuvo más de medio siglo en el poder, primero con Hafez y luego con su hijo Bachar, hombres armados prendieron fuego a la tumba del exdirigente en Qardaha, el pueblo del que se origina la ahora depuesta familia.
En el lugar, en pleno corazón alauita, Rizk explica a EFE que ha venido desde la provincia septentrional de Al Raqa para mostrar su apoyo a una nación unida sin divisiones religiosas, así como para «ver la tumba de este tirano que quemó Siria durante los últimos 50 años con llamas».
«El que introdujo el sectarismo a este país fue Hafez al Asad, después de él Bachar. Enviamos un mensaje a nuestra gente alauita, son nuestros hermanos y amigos, y son parte de este país y más», sentencia el hombre, suní, frente a la calcinada tumba aún salpicada de casquillos de bala.
Un Ejército de todos
Siria es un país de mayoría suní con alrededor de un 10 % de alauitas, creyentes de una fe derivada del chiísmo y concentrados en los feudos de los Al Asad en la costa mediterránea. Aunque los insurgentes islamistas que derrocaron al régimen han prometido respetar a las minorías, muchos tienen miedo.
Abu Ali, un alauita de Qardaha, defiende que su comunidad es un «componente esencial» del país y que quiere trabajar junto al resto de ellas para construir una «nueva Siria» libre de injusticias, discriminación y sectarismo.
«Lo que queremos es que el país sea seguro, el regreso de las instituciones económicas, públicas y estatales en general para construir un nuevo Ejército. Un Ejército para toda la gente de todas las comunidades y un Gobierno de todas las comunidades», afirma el hombre a EFE.
El Ejército de Bachar Al Asad estaba conformado mayoritariamente por alauitas, sobre todo en puestos de alto rango.
Abu Ali mantiene que los residentes de Qardaha aceptan a cualquier nueva autoridad siempre que la situación continúe así, sin problemas sectarios, pero al mismo tiempo es incapaz de describirse como feliz tras el derrocamiento de Al Asad.
«Nadie está contento con este impactante cambio, porque todavía estamos en 'shock', todavía no nos hemos recuperado de esto», asevera su antiguo votante, pese a ser consciente de que el presidente y otros afiliados al régimen hicieron «un montón de daño» en ciertos sentidos.
Suficientemente mayor para recordar la «excelente» situación económica durante el mandato de Hafez, el alauita destaca que después de que Bachar tomara las riendas a la muerte de su padre en 2000 todo pintaba bien.
Sin embargo, el estallido de las revueltas populares de 2011 contra Damasco y la consecuente guerra civil dieron comienzo a una etapa de mucha «presión» para su comunidad.
«Hemos sacrificado sangre, tenemos muchas víctimas, tanto soldados como civiles. Desde el comienzo de la crisis perdimos a muchas víctimas, nos hemos enfrentado a una presión enorme y acoso. También de nuestra propia gente que ha desparecido, de cuyo paradero no sabemos nada desde 2011 hasta ahora», lamenta.
Sin servicios
Otra alauita de Qardaha coincide en que su prioridad es la seguridad y la «unidad entre comunidades», pero también espera que esta nueva etapa traiga un respiro a la difícil situación económica y falta de servicios básicos que han vivido casi todos los sirios en el último lustro.
Recuerda la grave escasez de combustible que pasaron y que no tienen ninguna forma de calentarse más allá de la leña. Ser del pueblo de Bachar Al Asad, argumenta, no les ha proporcionado ningún tipo de trato preferente a este respecto.
«Le conocemos como le conoce todo el resto de la gente en Siria, por la tele y las pantallas, no tenemos ningún otro beneficio», dice la mujer a EFE.
Aquí, al igual que en la mayoría de zonas, desde hace varios años la electricidad estatal solo llega un par de horas al día, un racionamiento que parte de una crisis que hace rato ya había hecho crecer el descontento popular con el régimen en Siria.
Lo que sí hay en Qardaha son viviendas lujosas y gente adinerada vinculada a los Al Asad, aunque desde la caída del Gobierno el pasado 8 de diciembre han desaparecido de la faz de la tierra.
«Los ricos son sus parientes, pero la gente de a pie son como nosotros (…) Ahora no queda ninguno de ellos, no sabemos nada sobre ellos», concluye la vecina.
por Noemí Jabois