Madrid, 23 nov (EFE).- Miles de libros han sido prohibidos, expurgados, tachados, mutilados o quemados e incluidos en los «índices de libros prohibidos» que, surgidos en las universidades europeas en el siglo XVI, perseguían y censuraban sobre todo la herejía porque la Inquisición no se preocupó mucho por la obscenidad.
La censura y su impacto en el patrimonio bibliográfico, en la cultura y en la historia española es el tema de la exposición «Malos libros: la censura en la España moderna» que se podrá ver desde mañana y hasta el próximo 11 de febrero en la Biblioteca Nacional de España (BNE).
Una exposición que recoge numerosos ejemplos de los fondos de la BNE en los que se comprueba cómo se practicó la censura entre los siglos XVI y XIX, con colecciones como la procedente del Consejo de la Suprema y General Inquisición, cuyos materiales de trabajo interno fueron depositados en la Biblioteca Nacional en 1848.
Según ha explicado la responsable de la exposición, la catedrática de Teoría de la Literatura de la Universidad Autónoma de Barcelona María José Vega, la censura ha existido siempre y en todas partes pero los métodos para castigar textos y autores considerados «malos» tras la multiplicación de libros por la imprenta nació en el siglo XVI con los índices de libros prohibidos que surgieron en las universidades de la Europa católica y no de la Inquisición.
Los primeros índices fueron compilados por las Facultades de Teología de París y Lovaina, a mediados del siglo XVI ya que era a los teólogos a los que competía señalar la herejía y el protestantismo y los libros más afectados fueron los de teología, espiritualidad y devoción, historia, derecho, adivinación, astrología y magia.
«La Inquisición no se preocupó mucho por la obscenidad, eso estaba para los confesores», ha indicado Vega, que ha explicado que se llegó a comparar la proliferación de los libros «malos» a la entrada de la peste en las ciudades. Y los índices actuaron como un «cortafuegos» del protestantismo, como una medida «profiláctica o de salud pública».
Aunque no hay una estimación global de los libros afectados por la censura desde el índice de París, en 1544, hasta el último español, de 1790, y al último que existió en Europa, en Roma (en vigor hasta el concilio Vaticano II, en 1962) sí se sabe que en cincuenta años, de 1544 a 1596, afectó a 6.311 ediciones de libros de unos dos mil autores.
En España, el primer índice de libros prohibidos por la Inquisición llegó en 1559 y fue igualmente severo con las obras de religión y espiritualidad ante la expansión del protestantismo mientras que no prohibía ni la lascivia ni la obscenidad.
Junto a los libros prohibidos hubo otros expurgados, es decir, que no se prohibieron totalmente pero de los que se tachaban algunas partes y de los que la exposición incluye varios ejemplares como una obra de Jakob Sprenger (1436-1495) titulada ‘Mallei meleficorum’, un manual contra brujas y demonios que sufrió un expurgo tan tosco que los borrones de tinta para evitar la lectura de los pasajes prohibidos llegaron a agujerear la página.
La censura obligó también a emparedar libros para salvarlos, según relata la muestra con ejemplos como el de la biblioteca oculta de Barcarrota, hallada casualmente en 1992 durante las obras de rehabilitación de una casa en esta localidad extremeña, ha relatado Vega.
Al derribar un tabique se encontraron once libros que llevaban emparedados desde el siglo XVI, entre ellos una edición del ‘Lazarillo de Tormes’ de 1554, que, aunque no se encontraban incluidos expresamente en un índice de libros prohibidos, fueron ocultados por el clima de censura inquisitorial que se vivía.
Los índices prohibieron incluso libros de espiritualidad, sobre todo en romance castellano, en lo que se llegó a denominar un «ataque a la literatura espiritual» en la segunda mitad del siglo XVI, algo que lamentó Santa Teresa de Jesús en su «Libro de la vida».
Las mujeres sufrieron especialmente la censura y durante la España del siglo de Oro se multiplicaron los esfuerzos para controlar su actividad lectora, una situación a la que dedica también un apartado esta exposición que acaba con una reflexión: «la censura más poderosa es la que no vemos».