Redacción Internacional, 9 dic (EFE).- Cuando llegó al poder tras un golpe de Estado en 2013, el presidente Abdelfatah al Sisi se presentó al mundo como el único garante de la seguridad de un Egipto en horas bajas, una preocupación que sin embargo no ha impedido que el país esté hoy al borde del abismo económico y con toda voz crítica a sus proyectos severamente restringida.
A sus 69 años y tras una década en el poder, el ex mariscal y antiguo jefe de la Inteligencia Militar del Ejército ha querido dejar claro en repetidas ocasiones quién manda en Egipto, cuyas calles y puentes son un escaparate de pancartas con su imagen.
De hecho, pese a haber afirmado en 2017 que solo permanecería en el poder durante dos mandatos, en 2019 impulsó una controvertida reforma de la Constitución para permitirle gobernar hasta 2030.
La última gran declaración de intenciones la protagonizó en 2021, durante el «Desfile Dorado», en el que 22 momias reales del Imperio Nuevo (siglos XVI – XI a.C.) fueron trasladadas desde el histórico Museo Egipcio de El Cairo hasta el moderno Museo Nacional de la Civilización Egipcia.
Ante los ojos del mundo y acompañado de una salva de cañones, Al Sisi recibió uno por uno todos los sarcófagos de la realeza, un acto de gran carga simbólica para el nuevo 'faraón' de Egipto.
«Graves violaciones de derechos humanos»
Tras derrocar hace una década el Gobierno de los Hermanos Musulmanes, del que fue ministro de Defensa, Al Sisi tomó medidas para garantizar la erradicación de la organización islamista, declarándola «terrorista» y encarcelando al presidente Mohamed Mursi en «brutales» condiciones hasta su muerte en 2019, según ONG locales e internacionales.
Preocupado por el control absoluto de la información, la lucha contra el terrorismo, la seguridad y su visión sobre el desarrollo de Egipto, el actual presidente ha sido muy duro con todo aquél que interfiera con su discurso.
«No escuchéis lo que dicen otros. Escuchadme solamente a mí, ya que yo no soy un hombre que miente y le da la vuelta a las cosas, solo velo por el interés mi país», dijo en 2016 en uno de sus numerosos discursos televisados, de oratoria marcada por el sarcasmo desmedido.
Según Amnistía Internacional, durante la última década miles de personas han sido encarceladas tras «juicios masivos manifiestamente injustos ante tribunales militares o de emergencia», mientras que Human Rights Watch estima que hasta 60.000 personas fueron detenidas por motivos políticos en Egipto desde que Al Sisi llegó al poder.
Estas y otras organizaciones denuncian que la última década ha presenciado «graves violaciones de derechos humanos», mientras que el Gobierno egipcio justifica que ha tenido que hacer frente a la «inestabilidad y el caos» generado por la revolución de 2011, que tumbó al régimen del exdictador Hosni Mubarak tras 30 años en el poder.
«Construir un nuevo Egipto»
Otra de las grandes pasiones de Al Sisi ha sido el desarrollo de grandes megaproyectos, entre los que el más destacado es la Nueva Capital Administrativa de Egipto, a unos 40 kilómetros de El Cairo y aún en proceso de construcción, cuyo coste se estima en 40.000 millones de dólares.
Para ello, y para otros temas de gasto más corriente Egipto se ha tenido que endeudar de forma preocupante: 165.000 millones de dólares que debe devolver en medio de una de las crisis más severas de la historia moderna del país.
En Egipto hay escasez de divisa extranjera, una inflación oficial que ronda el 40 % y la moneda ha perdido más del mitad de su valor.
Estas construcciones e infraestructuras han sido duramente criticadas por una población que supera los 105 millones de habitantes, cuyo poder adquisitivo se ha desplomado mientras el Gobierno se ve forzado a eliminar subsidios fundamentales para la supervivencia del 80 % de los egipcios.
«Si el precio del desarrollo y la prosperidad de la nación es no comer ni beber, lo haremos», aseguró Al Sisi en un polémico discurso dirigido a la población a finales de septiembre en el que exhortó: «Vuestros sueños deben ser aún mayores que esto; no dejéis que vuestros sueños sean simplemente un plato de comida».
Pese a que esto generó protestas en 2019 que pedían la caída del presidente, que fueron reprimidas con miles de arrestos, Al Sisi fue categórico: «Sí, hemos construido palacios y vamos a construir más, pero no para mí mismo. Estoy trabajando para construir un nuevo Egipto».