Diego Tavero
Sevilla, 24 abr (EFE).- Cuando el 25 de abril de 1998 llegó a una zona visible del vertido tóxico procedente de la mina de Aznalcóllar (Sevilla), el entonces responsable de la Estación Biológica de Doñana (CSIC), Miguel Ferrer, solo vio a su alrededor «un montón de personas moviéndose de un lado a otro, todos con cara de aturdidos y nadie con ganas de tomar decisiones».
Aparcó su moto en la zona una hora después de haber recibido una llamada en su teléfono móvil -«uno de esos móviles que en aquel entonces era más bien un zapatófono»-, donde le informaron de que se había roto la presa de Aznalcóllar y que, según las primeras estimaciones, había vertido unos cinco hectómetros cúbicos de lodos.
«Yo en ese momento no tenía ni idea de qué cantidad de contaminantes supondrían», ha explicado en una entrevista con EFE Miguel Ferrer, veinticinco años después de que tras esta llamada telefónica a las cinco de la madrugada le dijera a su mujer que volvería en un rato «porque había un problema grave en Doñana» y volvió a verla quince días después.
Comprobó que el lodo estaba llegando al principio de Entremuros, una franja de terreno de marisma de 13 kilómetros de longitud y uno de anchura que se levantaron en los años 50 para desviar el río Guadiamar para evitar inundaciones, pero la velocidad del vertido «disminuía mucho» porque el cauce se había ampliado «y ahí se depositaban los últimos lodos».
La parte más pesada se quedaba ahí pero el agua ácida «continuaba hacia abajo con metales disueltos», recuerda el responsable de la Estación Biológica de Doñana, a quién le impactó una imagen que nunca olvidará: «Los peces saltaban desde el agua hacia los muros y se movían hasta morirse», porque «preferían morir asfixiados que abrasados por el ácido».
NINGÚN PLAN DE CONTINGENCIA
«Al final todo era muy grave y no había ningún plan previsto, no había ningún plan de contingencia para que, en el caso de que esto ocurriera, supiéramos qué había que hacer», ha evocado Ferrer.
Ante una situación imprevista apareció la figura de los arroceros, sin los que «no habríamos podido» taponar el vertido, según Ferrer, quien recuerda que se pudo crear un muro de contención para pararlo en Entremuros, y sus máquinas fueron clave, al ponerse a disposición de las autoridades.
Desde el punto de vista de la gestión de la catástrofe, construir el muro fue «lo más inteligente y urgente» porque se tuvo «bastante claro» desde el primer momento que cuando hay un incidente de contaminación la primera medida debe ser limitar la zona afectada «porque después hay que limpiarla y cuanto menos se manche mucho mejor».
DOS ADMINISTRACIONES DE DISTINTO SIGNO POLÍTICO
El 25 de abril de 1998, el Parque Nacional de Doñana no estaba transferido a la Junta de Andalucía, por lo que seguía en manos del Estado -con un gobierno del PP- mientras que el Parque Natural, mucho más grande, lo gestionaba la Junta de Andalucía -PSOE-. «Y para colmo, el CSIC en medio pero dependiendo de otro Ministerio», ha declarado Ferrer.
«Era un cóctel importante de competencias y los partidos políticos eran los opuestos», ha destacado con cierto escalofrío Ferrer, para quien la reacción de las administraciones «básicamente fue: aquí no ha pasado nada y si ha pasado algo ha sido poca cosa y ha sido culpa del otro», un contexto que «no era el más adecuado para remangarse y empezar a trabajar».
No tiene duda de que la catástrofe «se veía venir» como lo prueba que el CSIC llevaba más de quince años trasladado informes a la administración donde se ponían de manifiesto datos como un «goteo continuo» de contaminantes procedentes de la mina de Aznalcóllar a través de río Agrio, algo que ponía de manifiesto que «hermética no era».
LUCES Y SOMBRAS EN LAS MEDIDAS
Ante una catástrofe «tan bestial», donde se liberaron cinco millones de metros de cúbicos de residuos, se pusieron en marcha medidas en las que hubo «luces y sombras» pero sobre la que se debe tener en cuenta que los que estuvieron allí desde el principio tenían difícil imaginar «que pudiera ocurrir semejante catástrofe».
«Sigue siendo la mayor catástrofe de contaminación en suelo europeo que jamás hayamos visto pero tengo que reconocer que también fueron bestiales los tres años de labores de limpieza, así que el resultado final no ha sido del todo malo, sobre todo cuando uno ha estado allí desde el principio», ha subrayado Miguel Ferrer.
El ingente trabajo de retirar 20 centímetros de suelo de 6.000 hectáreas afectadas y acumularlo en otro lugar fue un obra «faraónica» y un ejemplo de «cómo responder en una situación como esta». Pero de eso hace ya 25 años y de la misma forma que el móvil de Ferrer ya no es el mismo, la permisividad con el medio ambiente tampoco lo es desde que se produjo el vertido de las minas de Aznalcóllar.