Museo Agostinelli: la casa romana de las antigüedades y el exceso

Domenico Agostinelli, de 82 años, en el Museo Agostinelli. EFE/Raúl Martínez Mendo

Roma, 24 feb (EFE).- A las afueras de Roma, camuflado en un discreto edificio de viviendas alejado de turistas y monumentos, se levanta el Museo Agostinelli, un lugar caótico y de excesos que acumula una de las mayores colecciones del mundo, con millones de piezas cargadas de historia que van desde un meteorito hasta el coche del mítico Al Capone.

Este museo, reconocido por el Estado italiano, es la obra de vida de Domenico Agostinelli, que ha pasado la mayor parte de sus 82 años dedicado a su gran pasión: coleccionar todo tipo de artilugios antiguos.

«Los objetos son como un libro: a manos de un analfabeto no significan nada, pero para mí revelan la vida de otras personas. Son un diario de la historia que cuando ojeo me llena de alegría y regocijo», explica a EFE.

DINOSAURIOS Y PARAGÜAS

Entre el desorden organizado de esta casa hay, literalmente, de todo: millones de botones y sellos, miles de paraguas, dibujos de Salvador Dalí, un huevo de dinosaurio, una mandíbula de ballena prehistórica, un pedazo de meteorito, el coche de Al Capone, telescopios del siglo XVIII, artilugios esotéricos y restos de civilizaciones pasadas, son solo algunos ejemplos de una lista de cosas interminable.

Lo que aquí se guarda viene de medio mundo. Abundan los pedacitos de historia de Italia, pero también son muchos los salidos del mercado del Rastro de Madrid, adonde Agostinelli viajaba frecuentemente con una furgoneta dispuesto a llevarse todo lo que encontrase, así como de Argentina y Brasil, de donde procede una colección de máscaras precolombinas.

«En algunos museos hay cuadros que valen muchísimo dinero, aquí tenemos millones de objetos que nos convierten en el museo con la mayor colección de todo el mundo. Es imposible saber cuántos tenemos exactamente», afirma a EFE con orgullo.

Para Agostinelli, los cachivaches antiguos son como unos hijos a los que profesa un amor que nació durante su adolescencia, justo después de la Segunda Guerra Mundial, cuando se ganaba la vida como vendedor ambulante de imágenes religiosas haciendo trueques por los pueblos y ciudades del centro de Italia.

«El primer objeto que me dieron fue un pequeño instrumento musical de barro. Me lo entregó el nieto de un señor que acababa de fallecer y del que me contó su vida. Ahí empecé a apasionarme por las historias que hay detrás de los objetos, más que por los objetos en sí», recuerda.

Junto a él, un equipo de trabajadores y voluntarios mantienen vivo un museo donde no solo se acumulan cosas con historia, sino que también se restauran diariamente decenas de artículos anticuados.

COSAS DE PELÍCULA

Pese a que el Estado italiano reconoce el lugar como un museo desde 1992 y que la entrada es gratuita, la casa Agostinelli no recibe ningún tipo de subvención que ayude a sostener los enormes gastos que genera.

Para conservar el patrimonio, los objetos que aquí se esconden han sido protagonistas cinematográficos involuntarios. De hecho, aunque los visitantes pueden dejar un donativo, la gran fuente de ingresos del lugar es el alquiler de artilugios para ser utilizados en series y películas.

A lo largo de los años, el museo ha recibido ofertas suculentas para trasladarse a ciudades como Nueva York o Mónaco. También es habitual la llegada de coleccionistas que firman cheques en blanco para intentar comprar algo de lo que aquí se guarda.

Agostinelli nunca ha cedido ante estas tentadoras proposiciones, convencido de la importancia de conservar el patrimonio en su querido barrio periférico de Dragona, al suroeste de la capital, el lugar al que llegó cuando era joven procedente de Los Abruzos (centro) y donde formó su familia.

UN PASADO OLVIDADO

Pese a su avanzada edad, Agostinelli se mueve ágil por los pasillos de su proyecto de vida, que aún no ha llegado a su fin: los 4.000 metros cuadrados del Museo se quedan cortos para él, por lo que planea abrir al público el vecino almacén en el que conserva la mayor parte de la colección, alargando aún más el recorrido de este viaje en el tiempo.

Un destartalado reloj de péndulo centenario recién rescatado de un contenedor de basura por el equipo de Agostinelli recuerda a los visitantes la importancia de valorar los objetos con los que cualquiera se cruza habitualmente.

«Vivimos en una decadencia social y cultural absoluta. Durante generaciones los objetos se transmitían de padres a hijos, pero ahora vivimos en el centro de un huracán que arrasa con el patrimonio y con cualquier cosa que parezca antigua», se lamenta.

Raül Martínez Mendo