Madrid, 19 jul (EFE).- «Ahora me he convertido en la muerte, en el destructor de mundos». La frase, de un texto sagrado hinduista y pronunciada por J. Robert Oppenheimer, ha pasado a la historia como la prueba de que el físico se arrepintió de crear la bomba atómica y le sirve a Chistopher Nolan como centro de una película que se estrena este jueves.
Bajo esa premisa, y con un detallado (y ajustado a la realidad) relato de los hechos, desde que Oppenheimer es un joven estudiante cuyo cerebro bulle de inquietud y ansias de saber, hasta que la teoría se vuelve carne y explota -primero, como demostración del éxito de sus teorías, y después como el error más grave de su vida-, Nolan ha construido una película apabullante, de tres horas de duración, que justifica todos y cada uno de sus minutos.
Basada en el libro «American Prometheus: The Triumph and Tragedy of J. Robert Oppenheimer», de Kai Bird y Martin J. Sherwin, Nolan ha escrito un guion adictivo y sobrecogedor que ha rodado al más puro estilo Nolan, huyendo de la tecnología digital.
Así, según ha desvelado el responsable de efectos especiales de la cinta, Scott R. Fisher, el director reprodujo la primera explosión nuclear de la historia, la prueba Trinity, en el desierto de Nuevo México, no con efectos especiales, ni usando inteligencia artificial (a Nolan le horrorizan los algoritmos y las aterradoras posibilidades de su uso inadecuado), sino volando literalmente un artefacto, no una miniatura, y rodando su explosión en vivo en el desierto.
Y filmó su película con una combinación de IMAX de 65 milímetros y película cinematográfica de gran formato, incluyendo, por primera vez en la historia, imágenes analógicas IMAX en blanco y negro. Experimentos que han dado un resultado asombroso.
Pero eso son sólo (impresionantes) detalles de esta peculiar película. Con ser una gran propuesta técnica (los actores hablan del «ingeniero» Nolan y de sus continuas sugerencias de ir más allá durante el rodaje), «Oppeheimer» es también una profunda reflexión sobre el ser humano, sus debilidades y sus ansias de grandeza. O más. De ser Dios.
Enorme carga filosófica la de este duodécimo largometraje del mago del cine que se llama Christopher Nolan y que ya ha llevado a millones de espectadores a transitar por su particular tiovivo.
De «Memento» (2000) a «Origen» (2010), pasando por «Interstellar» (2014), «Dunkerque» (2017), «Tenet» (2020) o la trilogía «El caballero oscuro», el director británico-estadounidense, nacido en Londres en 1970, ha recaudado más de 5.000 millones de dólares en taquilla y ha recibido 11 Oscar y 36 nominaciones.
Capítulo aparte merecen las espectaculares actuaciones del irlandés Cillian Murphy (en su sexta colaboración con Nolan) como el físico protagonista; de Robert Downey Jr., en el papel de Lewis Strauss; de Matt Damon como el general Groves o de las actrices Emily Blunt (su esposa Kitty) y Florence Pugh (la novia comunista, Jean Tatlock).
Nolan empieza el relato de la biografía de este hombre, que acabó siendo víctima de una particular caza de brujas en el contexto del movimiento anticomunista del senador McCarthy, desde el peculiar cerebro del joven Oppeheimer y su modo de resolver en el duermevela de la noche las más complicadas ecuaciones, a su declarado (y no siempre discreto) atractivo sexual para mujeres sólidas, inteligentes y bellas.
Y logra transmitir el magnetismo de una personalidad insólita. Nacido en Nueva York en 1904, el padre de la bomba atómica fue un teórico de la física cuya idea original se quedaba justo en eso, en demostrar sobre el papel que las teorías de Albert Einstein abrían una puerta desconocida.
Precisamente, en la película, Einstein (tremendo trabajo de caracterización de Tom Conti) intenta poner cordura a los avances de Oppenheimer.
Un hombre al que Nolan describe con unas capacidades fuera de serie y comprometido con su tiempo, tanto que incluso se implicó con la Guerra Civil española apoyando económicamente a los refugiados republicanos.
Pero que sobre todo temía el auge del nazismo, hasta el punto de que aceptó construir la bomba porque creía que su mera existencia disuadiría a Hitler y que, demostrando un poder tan letal como para destruir el mundo, las guerras desaparecerían.
Nolan utiliza todos los recursos cinematográficos -a destacar, la banda sonora de Ludwig Göransson- para emocionar al espectador al mismo ritmo que Oppenheimer va sumando científicos al Proyecto Manhattan o hacer que se desespere con los manejos de Strauss (espectacular el trabajo de Downey) para destruir su prestigio.
La película tiene también secundarios de lujo, como el oscarizado Rami Malek, Kenneth Branagh, Jason Clarke, Dane DeHaan, Dylan Arnold, Benny Safdi o Matthew Modine, entre otros.
Alicia G. Arribas