Gonzalo Sánchez
Roma, 23 dic (EFE).- El ‘Passetto’, un corredor amurallado que une el Vaticano con la fortaleza romana de Castel Sant’Angelo, ofreciendo una atalaya militar y una eventual vía de fuga para los papas a lo largo de los siglos, permitirá ahora el paso al público para recuperar su importancia en la convulsa historia de la ciudad.
«Nos sentimos verdaderamente felices por devolver a Roma una pieza fundamental en su historia antigua y reciente», celebró este lunes en la inauguración la directora de Arqueología del ayuntamiento romano, Daniela Porro.
Este pasillo, generalmente cerrado al público, podrá recorrerse desde hoy gracias a un programa especial de visitas guiadas, después de una restauración que comenzó en 2018 y que ha permitido adaptarlo también a personas con movilidad reducida.
Roma recupera así un lugar clave de su inconmensurable historia, justo en la víspera de que el papa Francisco inaugure el Jubileo con la apertura de la Puerta Santa de la basílica de San Pedro.
El ‘Passetto’ es un corredor amurallado que, a lo largo de sus 800 metros, une el Vaticano con el Castel Sant’Angelo, una imponente fortaleza levantada sobre el sepulcro del emperador Adriano a orillas del río Tíber.
Sus orígenes se remontan al año 547, cuando el rey bárbaro Totila asediaba Roma, pero sería el papa León IV quien, en el año 852, tras el colapso del imperio, erigiera esta fortificación de cinco metros de altura para defender la Santa Sede y sus inmediaciones.
Aunque algunos estudiosos consideran que el corredor que ha llegado a nuestros días data del 1277, encargado por el papa Niccolò III, el primero en trasladar la residencia pontificia del Palacio de San Juan de Letrán al Vaticano.
En cualquier caso, el «Passetto» fue utilizado por los papas para controlar sus alrededores o llevar a las mazmorras de Castel Sant’Angelo a sus prisioneros, como el célebre caso de Beatrice Cenci, una noble y heroína popular que lo cruzó encadenada antes de ser ejecutada en 1599 por el asesinato de su desalmado padre.
Pero sobre todo esta muralla brindó a los pontífices una rápida y discreta vía de fuga en caso de ataque (los papas reinaron en la Roma de los Estados Pontificios hasta la caída de estos en 1870 y posterior integración en el neonato Estado italiano).
Uno de los soberanos que tuvo que cruzar el ‘Passetto’ fue el papa Alejandro VI Borgia, refugiándose en las alturas de la fortaleza tras la invasión de Roma por parte de Carlos VIII de Francia.
Pero el hecho más memorable se produjo en el triste ‘Saqueo de Roma’, cuando la ciudad fue arrasada por las tropas de Carlos I de España debido al apoyo de Clemente VII a la rival Francia.
Se cuenta que aquel papa tuvo que salir corriendo por el corredor, cubierto por telas negras para evitar que sus paramentos blancos lo delatasen, mientras las milicias alemanas de Carlos I disparaban desde abajo (aún pueden verse algunos balazos en la pared).
Clemente VII se salvó por los pelos gracias a la intervención de la Guardia Suiza, aunque muchos de sus soldados fueron masacrados. Solo 42 de una guarnición de 189 sobrevivieron al ataque el 6 de mayo de 1527. Desde entonces, cada año, los nuevos guardias prestan juramento ese mismo día al papa de turno.
Aquella huida pontificia quedó en el imaginario de la ciudad e incluso un lansquenete, un miliciano imperial, lo dejó escrito en la casa asaltada del banquero Agostino Chigi: «¿Por qué no debería reírme? Hemos hecho correr al papa», grafiteó sobre un fresco del palacio.
Pero el ‘Passetto’ también es recorrido por numerosas chanzas romanas: dado que solía ser usado por el papa Borgia para alcanzar a sus amantes en el castillo, se dice que cruzarlo 77 veces -unos 60 kilómetros- devuelve la virilidad perdida a los hombres.
La insólita apertura de esta muralla comienza con una proyección explicativa, ante la severa mirada del busto de uno de los papas más odiados, el inquisidor Paolo IV, cuya estatua acabó en el río tras su muerte en 1555.
El visitante podrá ahora recorrer físicamente esta muralla hasta una torre junto a la columnata vaticana. De ahí no se puede pasar, una verja interrumpe el paseo, marcando el comienzo de otro país: el Estado de la Ciudad del Vaticano, reminiscencia mínima del antiguo y extinto imperio pontificio.