Marta Rojo
València, 23 jun (EFE).- Un repartidor de comida a domicilio con deudas, prostitutas trans, un actor porno o una madre soltera en paro son algunos de los protagonistas de la filmografía del director Sean Baker, que retrata vidas ajenas al sueño americano, modelos «de capitalismo alternativo» en los márgenes de las ciudades.
El director de ‘The Florida project’, ‘Tangerine’, ‘Take out’ o ‘Red rocket’, que este jueves recibió en la gala inaugural del festival Cinema Jove el premio Luna de València, defiende, en una entrevista con EFE, un cine «que humanice y permita empatizar» con vidas diferentes, que a veces ponen en cuestión los modelos tradicionales de familia, trabajo o comunidad.
«A veces, el arte tiende a representar esas realidades siendo condescendiente con estas personas y olvida que todos tenemos fallos, que en la vida de todo el mundo hay cosas buenas y cosas malas», afirma.
Para Baker, las circunstancias económicas o sociales de los protagonistas «no son la trama» ni limitan la historia: «Si no, se cae en mirar a los demás como a los otros, como a seres que nos son ajenos».
Alejadas de las historias dramáticas de superación personal, en las películas del cineasta estadounidense los protagonistas se desenvuelven con normalidad en sus precarias vidas.
Así, en ‘Tangerine’, por ejemplo, lo que preocupa a la prostituta trans protagonista no es haber estado en la cárcel, sino que su novio le ha engañado, y del mismo modo la niña protagonista de ‘The Florida project’ pasa el verano jugando con sus amigos en un motel a las espaldas de Disneyland mientras su madre se prostituye.
«Claro que quiero tratar temas importantes, tratar la injusticia, pero quiero dar al público general la posibilidad de conectar con la historia», asegura el director que, para ello, apuesta por «inyectar humor» a la vida cotidiana de estos personajes.
Todos ellos viven historias «universales» a pesar de no tener vidas «habituales», y Baker pone también el foco en la importancia de la comunidad: «Todos necesitamos que nos echen una mano, ya sea la familia, los amigos, o alguien que no esperamos que nos ayude».
«Me doy cuenta de que he tratado cinco veces el trabajo sexual en mis películas, además de las economías ilegales o criminalizadas», reconoce el cineasta, a quien la venta ilegal de ropa, el trabajo de los repartidores o el cine porno le provocan una «fascinación sociológica».
Eso, dice, es lo que encuentra interesante de la vida fuera de los centros de las grandes ciudades estadounidenses, en barrios «que normalmente se representan en el cine de forma muy superficial», donde «la gente no tiene cabida en el capitalismo normal y tiene que buscar otros medios para sobrevivir, negocios con normas diferentes, un modelo de capitalismo alternativo».
La ciudad, su gente y sus historias son para Sean Baker «mejor educación que la recibida en las aulas» y es eso lo que trata de filmar, un trabajo que considera «egoísta» porque le permite aprender y entretenerse, al tiempo que «capturar la deuda» que tiene desde que, de niño, empezó a ir al cine.
Sobre si considera que su cine es político, cree que «toda historia, toda película lo es», especialmente viviendo en un país «tan dividido» como Estados Unidos.
Pero asegura que mantiene la «mente abierta» y tiene amigos «en ambos lados del pasillo» -a izquierda y derecha- y que, sobre todo, nunca quiere «predicar»: «No quiero alienar al 50 % de mi público».
Lo que pretende, más bien, es mantener su visión política «disfrazada y escondida» mientras pone sobre la mesa problemas sociales «sin decirle al espectador cómo tiene que lidiar con ellos o lo que tiene que pensar».
Pese a que nació en 1971 (tiene 52 años) y, «por edad, estaría más bien en la generación de Paul Thomas Anderson o de Quentin Tarantino», Sean Baker se alegra de la distinción de un festival de cine joven, que le hace sentir «de la edad de Chloé Zhao (41 años, directora de ‘Nomadland’) o Barry Jenkins (43, director de ‘Moonlight’)».
Reconoce que existe un «cine joven» en un sentido amplio, no tan relacionado con la edad sino con «la frescura, las ganas de innovar y de conectar con la juventud», pero alerta de las etiquetas porque «quien se ve a sí mismo como parte de una generación puede no verse animado a buscar la renovación».
Por eso, este director, que dice que empezó «tarde» en el cine porque salió «mucho de fiesta» cuando tenía 20 años, halla la mayor inspiración cinematográfica en cineastas como Gaspar Noé o Lars von Trier, que en sus películas muestran cierta «rebelión juvenil que no se acaba nunca».
La etiqueta de joven e innovador se la pusieron, sobre todo, a raíz de su película ‘Tangerine’, rodada con cámaras de iPhone, una combinación «de estilo propio y bajo presupuesto».
Pero lo segundo, asegura Baker a EFE, pesó más que lo primero: «Muchos jóvenes me agradecen que esa forma de grabar les dio la confianza para lanzarse al cine y hacer películas con el móvil, y yo lo celebro pero les digo: ‘Felicidades, pero la próxima vez prueba una cámara'».