Por Antonio Martín
Alicante, 23 oct (EFE).- Un ‘viaje’ a la sacrificada vida en un minúsculo espacio durante misiones de un mes bajo el mar es la impactante experiencia que ya han podido recrear más de medio millón de visitantes, al recorrer el primer y único submarino de la Armada española convertido en museo flotante.
Se trata del submarino Delfín S-61 que, amarrado desde 2004 en el puerto de Torrevieja (Alicante), no fue desguazado tras terminar de prestar servicio (1973-2003) y en estas casi dos décadas de ‘segunda vida’ se ha confirmado en uno de los complementos más solicitados dentro de la oferta turística de esta ciudad del sur de la Comunitat Valenciana, normalmente centrada en el destino de sol y playa.
Más allá del uso militar de este sumergible, la inmensa mayoría de los visitantes de casi 130 nacionalidades que han recorrido su interior han repetido las preguntas por las condiciones de vida de los marineros en un habitáculo que no deja de sorprender por reducido (menos de 100 metros cuadrados) y en el que viajaba una tripulación de hasta 56 personas en misiones que solían prolongarse durante 28 días.
Una de las paradojas que más llama la atención y que más preguntas suscita es la ausencia de duchas para más de cincuenta hombres encerrados durante cuatro semanas pese a estar rodeados por agua del mar, a lo que los guías explican que este recurso en su forma potable es escaso y tiene que ser aprovechado al máximo, ha explicado a EFE el jefe de Mantenimiento del Museo Flotante de Torrevieja, Francisco Cayetano Gil Paredes.
Cuatro retretes, varios lavabos, estrechas estancias para dormir y pasar las largas horas de ‘ocio’, y los espacios de trabajo de los oficiales y la marinería acaparan la atención y las fotografías de los turistas, que pueden tocar las ‘camas calientes’ de la tripulación, porque cada ocho horas cambiaba de ocupante durmiendo en saco de dormir. Todos salvo el comandante: El único con camastro de uso individual.
De las misiones militares de este submarino que no entró en combate se evita ofrecer detalles y se explica genéricamente que efectuó vigilancias y control de tráficos por mares y océanos más o menos lejanos, por ejemplo durante la primera Guerra del Golfo.
Bajo la característica torreta que aloja el periscopio y que todo el mundo asocia a un submarino por las películas de guerra de Hollywood, la estructura principal tiene 58 metros de eslora (largo) y por 6,8 de manga (ancho) aunque la zona interior transitable es mucho más angosta, de unos dos metros y medio. Además del comandante, normalmente un capitán de corbeta, el submarino era tripulado por hasta siete oficiales, 15 suboficiales y 33 marineros.
«La primera pregunta que te hacen es si ha entrado en combate», según Gil Paredes, aunque a continuación el visitante deja a un lado el uso bélico de esta unidad convencional equipada con doce torpedos con un alcance de 24 kilómetros (ocho en interior y cuatro en exterior), para interesarse por cualquier pequeño detalle de la vida encerrado bajo el mar.
Los guías explican que los soldados solían trabajar sin ver el sol durante 28 días, aunque cada 24 ó 36 horas el sumergible se aproximaba a unos metros de la superficie para renovar el aire a través de un tubo llamado ‘snorkel’, y que realizaban un turno de cuatro horas de trabajo, descansaban ocho (dormir), trabajaban otras cuatro y después tenían otras ocho para leer, jugar o alguna poca cosa más en el tiempo de asueto.
Aspectos como el tipo de comida, toda hervida en una cocina eléctrica, los pocos enseres que podían entrar en una pequeña maleta metálica y las dependencias algo más holgadas y cómodas de los oficiales son otras de las cuestiones que más atención reclaman los visitantes de 126 países, a los que se les ofrece audioguías en nueve idiomas (español, inglés, francés, alemán, ruso, finlandés, holandés, noruego y sueco).
«Preguntas técnicas se hacen pocas, y en cambio muchas sobre el día a día de los marineros» en un cilindro que, de 1.040 toneladas, tiene una autonomía máxima de 4.800 millas náuticas (7.700 kilómetros) y que navegaba a una profundidad de 300 metros, con una punta de 500.