Madrid, 31 mar (EFE).- El sueño de llevar a una gimnasta chadiana a los Juegos Olímpicos de París se empezó a gestar en 2016 gracias a un proyecto del Club de Gimnasia Artística Pozuelo y la Fundación Ramón Grosso, que trata ahora de superar los últimos obstáculos burocráticos y económicos para hacerse realidad.
Achta, Anne Marie, Bonté, Ceci y Grace, cinco niñas chadianas, llegaron a España en enero de 2020 dispuestas a prepararse a conciencia para el sueño olímpico. Viven en familias de acogida y su segunda casa es el Club de Gimnasia Artística de la localidad madrileña de Pozuelo de Alarcón, donde entrenan 24 horas semanales.
Durante una competición en el gimnasio del club, Sylvia García, su directora técnica, conoció al padre Camille, un jesuita chadiano con el que ya colaboraba la Fundación Ramón Grosso y que estaba buscando proyectos para «educar» a las niñas de su país, uno de los más pobres de África y del mundo.
Al ver a las gimnastas en acción durante la competición, el padre Camille tuvo claro que este deporte podía ser una herramienta excelente para convertir a niñas «en mujeres valientes y decididas», para enseñarles «capacidad de compromiso, esfuerzo y superación», y ayudarles a desarrollar su autoestima, recuerda García en declaraciones a EFE.
García viajó por primera vez a Chad en 2016, donde en uno de los colegios del padre Camille se encontró un gimnasio compuesto por «cuatro paredes de adobe con un techo de chapa a 60 grados» que a día de hoy funciona como escuela en la que entrenan las niñas de la zona.
PASOS HACIA EL SUEÑO OLÍMPICO
En paralelo a la creación de esta escuela se empezó a diseñar el camino hacia unos Juegos Olímpicos con la constitución de la Federación de Gimnasia de Chad y su inscripción ante el Comité Olímpico chadiano y la Federación Internacional de Gimnasia (FIG).
El siguiente paso es inscribir a la federación chadiana dentro de la Unión Africana de Gimnasia (UAG) «para tener burocráticamente todo preparado para el objetivo de solicitar una invitación a los Juegos Olímpicos de 2024», explica García.
Para conseguir esa invitación también es necesario que las gimnastas chadianas participen en una competición oficial de un país africano, y ahí está el principal escollo por una cuestión económica.
El problema es «cómo llevamos a las niñas», por ejemplo, a competir a Egipto, porque García afirma que eso conlleva una serie de gastos que ni el club ni la fundación pueden cubrir con las donaciones puntuales que reciben de pequeñas empresas y de las propias familias del resto de gimnastas de Pozuelo.
García está centrada ahora en reunirse en breve con representantes de la FIG y del Comité Olímpico Internacional (COI), cuyo programa de Solidaridad Olímpica valora este tipo de casos, para contarles la historia de las niñas chadianas y conseguir que una de ellas sea invitada a competir en París.
«Esta historia representa absolutamente los valores del olimpismo, de cómo a base de constancia, de no rendirse, de soñar alto, puedes conseguir objetivos en principios inimaginables», subraya.
Cuando se empezó a pensar en el objetivo olímpico ya se plantearon que las niñas tenían que ir a España a entrenar. «Pero no queremos desarraigarlas, sino todo lo contrario», porque «todo lo que aprendan aquí luego lo pueden trasladar a Chad», concluye García.
Achta, Anne Marie, Bonté, Ceci y Grace compaginan los entrenamientos con sus estudios en el Colegio Escolapios de Pozuelo y estos días esperan con ganas la visita del padre Camille.
Les traerá saltamontes que comen en Chad y que Ceci echa de menos, mientras que Achta dice que se acuerda mucho de sus amigos y que los verá cuando vayan a finales de julio a pasar las vacaciones de verano.
Anne Marie recuerda cuando sus hermanos le enseñaban a hacer «mortales» en Chad y su aparato favorito es el salto. A Bonté lo que le gusta es la barra, «pero no en las competiciones», porque se pone nerviosa.
«Yo haciendo gimnasia me siento libre, se me olvida todo», resume Grace.
Miriam Burgués