Sevilla, 7 may (EFE).- Una de las sensaciones más amargas que puede experimentar el ser humano, ajena por supuesto a todo el que no sea aficionado al fútbol, es llegar a una final, en este caso de la Copa del Rey, y perderla como le ocurrió en la noche de este sábado a Osasuna ante el Real Madrid (2-1) en La Cartuja de Sevilla, la segunda tras la de 2005 ante el Betis en el Vicente Calderón.
Las lágrimas del entrenador de Osasuna, Jagoba Arrasate, al término del partido son el mejor de los símbolos de la decepción del conjunto navarro por las expectativas de su afición, sobre todo después de que Lucas Torró neutralizara el primero de los dos goles del brasileño Rodrygo Goes que dieron el triunfo a los de Carlo Ancelotti.
El tobogán de sensaciones de un partido hace que, lo que se presumía como fácil en el minuto dos con el primer gol madridista, se pusiera cuesta arriba o abajo según se mire con el de Torró y, en tristeza exponencial, cuando Rodrygo puso el segundo y definitivo, para el marcador y para que se cerraran los estómagos, uno de los síntomas del amargor futbolero.
Los alrededores del estadio sevillano y sus principales avenidas se convirtieron anoche en émulos de lo que en Sevilla se conoce como ‘senda de los elefantes’ y que se aplica a las principales arterias que salen del Sánchez Pizjuán y Benito Villamarín cuando Sevilla y Betis pierden y sus aficionados se lamentan con movimientos de cabeza de paquidermo, de un lado a otro.
Muchos se fueron a sus hoteles porque los ánimos y los cuerpos no estaban para más después de un día intenso de calor, emociones y copas que no terminó como pensaban y querían antes de emprender el ilusionante y largo viaje desde Pamplona, aunque no pocos decidieron que había que alargar la noche.
Algún grupo de éstos ha amanecido en la mañana de este domingo en el centro de Sevilla porque, debieron pensar, de perdidos al río, aunque una parte de los aficionados rojillos se ha visto este domingo en los bares del centro de Sevilla desayunando antes de salir de vuelta para Pamplona.
Matrimonios con hijos pequeños y grupos de jóvenes con maletas de ruedas se han visto durante la mañana de este domingo rumbo a la estación de tren para coger el que les llevaría de vuelta a casa vía Zaragoza; otros lo han hecho en autocaravanas y, los más rezagados, apuran aún en Sevilla.
La mayoría de aficionados del Real Madrid y de Osasuna regresaron en la misma noche del partido en avión, coche, autobús o en los quince trenes especiales a Madrid, Pamplona y Zaragoza con 8.000 plazas adicionales, habilitados por Renfe para la final, aunque aún se ve alguna cara de cansancio, de diferente rictus eso sí, en las calles de la ciudad hispalense.
Aún queda algún vestigio en el centro de Sevilla de alguna camiseta aislada de las que quedan de los miles que este sábado le dieron tono y color al centro histórico y a las zonas acotadas en isla de La Cartuja, aunque estas excepciones son de ojeras y de ladeo de cabeza como en la senda de los elefantes.
Ya lo reconoció Jagoba Arrasate al final del partido, que la afición es su «corazón rojillo y que se imagina «lo duro que se hará el regreso a casa», quizás por ello los irreductibles lo posponen.
Carlos del Barco