José Anselmo Moreno
Valladolid, 12 ene (EFE).- Los videoclubs en España vivieron su edad de oro en los años ochenta, cuando la irrupción del reproductor, Betamax o VHS, permitió visionar las películas en los hogares y propició que estos establecimientos vivieran su esplendor, como ocurrió con el videoclub de Miguel Garrido en Valladolid, uno de los seis locales de este tipo que sobreviven en Castilla y León en medio de los poco más de 200 repartidos por la geografía nacional.
Este videoclub vallisoletano, con el cinemático nombre de Sesión Continua, está ubicado en el barrio de La Rondilla, y es uno de los últimos vestigios. Su dueño no sabría concretar una media diaria de alquileres en aquellos años dorados, pero sí habla de un récord «excepcional» de 697 películas en mayo del 89, un día de paros en televisión, aunque ahora alquilan de 8 a 10 los fines de semana y 2 o 3 a diario.
Miguel y su mujer, Pilar, que abrieron el primer videoclub cuando él tenía 26 años (ahora tiene 63), han tenido que buscarse un negocio paralelo, al margen del cinematográfico, como el de la venta y reparación de móviles, las bebidas, las golosinas e incluso han tenido alguna estantería de libros.
Asegura a EFE que está aguantando hasta llegar a la jubilación y cerrar. Ese día apagará las luces para siempre. Le restan tres años y, mientras tanto, su intención es la de resistir «como sea», aunque hace años tuvo que recortar la superficie de su local para pagar menos alquiler.
Es un enamorado del cine, hasta presentó un programa en Castilla y León Televisión y estuvo al frente de la asociación del gremio. Cuenta que en la provincia de Valladolid llegó a haber más de cien videoclubs y ahora, en toda la comunidad, sólo quedan seis en capitales de provincia: dos en Salamanca, uno en León y Palencia y otro en la calle Caamaño de Valladolid, aunque algunos únicamente tienen un sistema de cajeros automáticos para dispensar películas.
Al contrario de lo que se pueda pensar, que la piratería o el incremento de la oferta televisiva dio la puntilla definitiva al negocio, Miguel asegura que el último disparo en la sien lo recibieron de la pandemia, «aunque ya para entonces teníamos media estocada, ya que la primera gran crisis nos llegó muchísimo antes, con la aparición de las televisiones privadas», subraya.
«No hace tanto, en pleno confinamiento, cuando la gente no podía salir de su casa y se tuvo que amoldar a las películas que programaban en televisión, algunos clientes descubrieron también el mundo de las plataformas y eso ya es muy difícil de combatir», relata el dueño de Sesión Continua.
Ahora la mayoría de los clientes son incondicionales, amigos y amantes del coleccionismo, «auténticos frikis del cine, como pasa con la música», asegura Miguel, que aún recuerda las colas que había en sus locales (tuvo varios en Valladolid y Burgos) para alquilar las últimas novedades.
Aunque en el sector comercial, como en el primario y tantos otros, se habla de falta de relevo generacional, Miguel tuvo a su hijo trabajando en el local. Se trataba de Víctor Garrido, periodista y actual jefe de prensa del Real Valladolid baloncesto, que arrimaba el hombro en una época en la que había trabajo de sobra para todos.
Insiste Miguel en evocar tiempos irrepetibles, como cuando salía al mercado la trilogía de El Padrino, Pretty Woman o Ghost y la gente literalmente se «pegaba» por tenerlas cuanto antes, el mismo día.
«Había familias que tenían dos o tres carnés de socios, y como la mayoría era gente del barrio ya conocíamos los gustos de cada uno», subraya. En aquellos tiempos había una revista que anunciaba todas las novedades y que se llamaba Canal Ocio. Ahí trabajaba el escritor de novela negra César Pérez Gellida, a quien Miguel Garrido conoce bien.
Recuerda, además, que hubo un tiempo en que los bares y sitios de copas les alquilaban películas durante la década de los 80, pues tenían en sus instalaciones un salón de vídeo y la gente acudía a esos lugares en lugar de ir al cine.
CERCANÍA CON EL CLIENTE
Ahora dice que van a su establecimiento clientes de toda la ciudad. «Conozco a casi todos y hablamos de sus problemas y hasta de la familia», asegura Miguel que quiere puntualizar una cosa: «esa cercanía en la compra online no se puede dar».
Al contrario que en las tiendas de moda, donde el cliente prácticamente se despacha solo, al hombre del videoclub aún le siguen pidiendo opinión. «Me dicen que les recomiende una película y después me cuentan si he acertado o no».
Un «salto» de calidad en este negocio fue la ya lejana llegada del DVD, que terminó con la obligación de rebobinar las películas o incluso repararse, ya que algunas se quedaban enganchadas en los cabezales de los reproductores. De las últimas alternativas a una actividad ya en declive fueron también los videojuegos. Además de accesorios tecnológicos, en el local de Miguel pueden hallarse videoconsolas de segunda mano o de última generación.
El matrimonio que regenta el local es muy popular en el barrio, al punto de que Pilar fue al concurso televisivo «Saber y Ganar» y, al día siguiente, muchos clientes acudieron al establecimiento para comentar su participación.
«La clientela actualmente es de una cierta edad, ya que los menores de 30 o 40 años no conciben tener que alquilar una película físicamente y devolverla», precisa Miguel Garrido.
Como psicólogo clínico que fue, Miguel ha sabido naturalizar y canalizar esa nostalgia inevitable de los tiempos mejores: «El mundo cambia y punto, no hay que darle más vueltas, cuando me jubile apagaremos la luz y a otra cosa», concluye con resignación y dando por hecho que hay batallas, como la suya, que ya no se pueden ganar. Es la última resistencia, el canto del cisne de los videoclubs. EFE
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